CAPÍTULO 04

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Con el tiempo aprendí a lidiar con la ausencia de mi padre y la vida en casa con Cristina mejoró poco a poco.

Un día, mientras caminaba por Lyonns Bray, un parque cerca de casa no muy amplio encontré a un hombre mayor que me recordó a mi padre, tenía el pelo negro con algunos reflejos blancos de la vejez al igual que con la barba no muy larga, vestía una camisa a cuadros bastante simple y unos vaqueros azulados.
Aunque mi primer instinto fue alejarme, decidí sentarme en un banco frente al suyo y observar detenidamente. Sus gestos, aunque familiares, no llevaban la carga de la violencia que conocí. Era sólo un hombre, leyendo un libro bajo el sol que ese día asomaba.

Cuando aquel hombre se alejó me quedé inmóvil en el banco marrón oscuro dónde me encontraba. Por primera vez sentía que respiraba aire puro, el ambiente que había era relajante y tranquilo. La naturaleza se hacía escuchar y la soledad que me envolvía en aquel lugar ya no me resultaba estresante. Pero sin embargo la paz que había en ese lugar me hacía pensar, pensar en él y en todo lo que ocurrió.

En ese momento ni si quiera podía decir con certeza que era totalmente libre, a pesar de la ausencia de mi padre seguía sintiendo su mirada fría, llena de egoísmo y violencia. Cómo si de alguna forma siguiera a mi lado.

Poco a poco di marcha atrás y volví por dónde había venido una vez más.

Al día siguiente me desperté temprano, fui a la cocina, preparé un café y salí a la terraza a tomar el aire fresco de por la mañana. Después fui al baño, me di una ducha y continúe mis tareas como cualquier día sin mi padre. Todo se notaba distinto, sentía un vacío en mi interior que no desaparecía.
Sin embargo seguía, seguía caminando, caminaba con miedo, caminaba al borde del mismo barranco por el que mi padre acabó cayendo, y poco a poco cada vez estaba un poco más lejos de él.

Con el tiempo fui adaptándome a lo que era una vida normal y corriente, tan… ¿Feliz? Eso es lo que yo siempre había pensado que sería, pero en realidad solo era aburrida, solitaria y monótona. Todos los días me levantaba a las seis de la mañana, me preparaba e iba a trabajar, volvía a casa por la noche y dormía. Así un día tras otro.

El sufrimiento que todavía siento en mi no desaparece. Parece que ya lo he superado pero no es así, no solo la muerte de mi padre sino ante todo lo que me hizo. Tengo miedo… miedo a que vuelva a repetirse la misma historia una y otra vez.

Cuando la soledad se volvía insoportable me asaltaban preguntas sobre la naturaleza de mi existencia y el control que realmente tenía sobre ella. ¿Qué es lo que realmente nos hace ser personas? ¿Quién dice que somos nosotros los que controlamos nuestra mente y nuestras acciones? ¿Y si todo lo que me ha sucedido a lo largo del tiempo fue porque yo quería, porque de alguna forma, quería que sucediera?

A medida que mis pensamientos se oscurecían, me daba cuenta de que vivir bajo las reglas impuestas por otros me había llevado a una existencia sin sentido. A veces lo normal aburre, se convierte en una vida miserable, sin tus propios gustos u objetivos. Nos controlan, nos dicen lo que está bien y lo que está mal, pero no tiene por qué ser así, a veces lo que a alguien le parece erróneo a otra persona le puede parecer correcto ya que no vemos la realidad cómo es, la vemos cómo somos.

Una noche de bajón, cómo otra cualquiera, cansada del dolor y la soledad decidí hacer algo diferente. Muchas veces había escuchado hablar de sentir la música, el alcohol, de borrar, aunque fueran por unas horas, las preocupaciones. Y decidí ponerme mi mejor ropa, aunque era bastante básico serviría, me maquillé y salí a un club del centro de la ciudad. La música resonaba en mis oídos incluso antes de entrar al lugar y el ambiente vibrante me envolvía.

Un chico de aspecto entrañable se acercó cuando estaba fuera del local tomando el aire frío de la noche. El alcohol se me estaba subiendo a la cabeza y el local comenzaba a ser sofocante.

—Hola, soy Alan, ¿Y tú eres… ?

—Rory, un gusto

—¿Quieres? —Preguntó ofreciendome un cigarro

—No fumo —Respondí ofensiva

—Vaya, pues estás en mi camino

—¿Perdona? —Me ofendí

—Es la zona de fumadores —Dijo señalando un pequeño cartel sobre nuestras cabezas.

—Pues si no es molestia ya debo volver dentro, me están esperando —Mentí

El me sujetó de la muñeca impidiendome volver y me sentí extrañamente bien, mire mi muñeca unos segundos, mucho menos de lo que estaba acostumbrada, él no lo notó pero todavía se veían las marcas y heridas sobre las muñecas.
Noté que se quedaba extrañado y me acercó rápidamente hacía él acortando la distancia que nos separaba, mi respiración se agitó hasta que dejé de sentirla bajo sus labios.

Él miró a su alrededor parando especialmente en unos chicos de su edad que se encontraban un poco más al fondo y de repente hecho a correr, conmigo tras él. Llegamos a un pequeño callejón sin salida un par de calles más lejos de lo que normalmente acostumbraba a ir, nunca había estado allí, era bonito y me sentí aún más vulnerable bajo las estrellas que desde esa zona se veían.

El continuó besandome casi desesperado, al principio me dejé llevar mientras él me levantaba la camiseta con suavidad, y me besaba en cada trozo de piel. Después yo le quité la camiseta que era de un color azul marino.
A medida que avanzabamos comencé a arrepentirme de lo que estaba a punto de hacer, y traté de poner resistencia, pero él me agarraba aún más fuerte y me aprisionaba junto a la pared. Imagino que cualquier otra chica habría estado ensimismada bajo la figura de aquel chico, pero yo, en cambio, preferí detenerme sin éxito.

Nuestros cuerpos al desnudo se rozaban entre sí, nunca antes había sentido a alguien tan cerca de mí y me disgustaba saber que era un desconocido a quién probablemente no volvería a ver. Él bajó lentamente desde el abdomen mientras me retenía con la otra mano. Poco a poco me hice una con él sintiendo sus dedos dentro de mí.

—Deberíamos frenar, esto es demasiado —Le dije entre gemidos.

Él no respondió y simplemente me empujó hacia abajo sintiendo el suelo bajo mis rodillas.

—Por favor —Repetí casi entre sollozos

Un líquido blanco y un tanto espeso salió desde mí garganta.
Esto era demasiado, yo no quería llegar a esto. Intenté salir de allí, de nuevo sin éxito.

Alan bajó sobre mí y me volvió a presionar junto a él separando la distancia que de nuevo se había formado, y, con delicadeza pero de forma rápida e inevitable fue metiéndose dentro de mí. Un gritó agudo salió desde mi garganta hasta que me perdí por completo entre su cuerpo y desaparecí cómo él viento.

Al día siguiente amanecí tirada en él suelo, con dolor de espalda y apenas sin poder andar, tampoco llevaba ropa y estaba inundada en sudor, mi pelo estaba despeinado y sentí un punzante dolor de cabeza al recordar pequeños fragmentos sin sentido de la noche anterior.

Poco rato después me percaté de los moretones que cubrían mi piel, estaban por todas partes y todavía podía sentir el dolor.

No recordaba cómo había acabado ahí, pero comencé a llorar desesperadamente.
Me costó salir de aquél lugar, la ropa estaba sucia pero no me quedó otra opción más que ponerme eso y cuando al fin llegué a mi casa, caí rendida en el sofá gris del salón.

Heridas de fuego {En Proceso}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora