Capítulo 1. Este soy yo.

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Nunca le he encontrado el sentido a los bailes de disfraces: o te esfuerzas mucho y acabas quedando como un idiota o no te esfuerzas nada y acabas quedando como un idiota. Y, como siempre, mi problema era que no sabía qué clase de idiota quería ser.

Ya me había decantado bastante por la estrategia de no esforzarme, pero me entró el pánico en el último momento, hice un malhadado esfuerzo por encontrar un lugar donde vendieran disfraces y me vi en una de esas tiendas eróticas extrañamente populares que anuncian lencería roja y consoladores rosas para gente a la que no le interesan ninguna de las dos cosas.

Y fue así como, al aterrizar en una fiesta que ya se encontraba en una fase de su ciclo vital demasiado calurosa, ruidosa y abarrotada, llevaba unas orejas de conejo con encaje negro problemáticamente sexualizadas. Juro que antes se me daban bien esas cosas, pero me faltaba práctica, y parecer un chapero de segunda satisfaciendo un fetiche muy concreto no era la manera idónea de protagonizar un regreso triunfal a la escena. Y lo que era aún peor, había llegado tan tarde que el resto de los imbéciles solitarios habían tirado la toalla y se habían ido a casa. 

En algún lugar de aquel agujero de luces parpadeantes, música estridente y sudor estaban mis amigos. Lo sabía porque nuestro grupo de WhatsApp — actualmente bautizado como El Guirigay— había degenerado en cien variaciones sobre el tema «¿Dónde coño está Jimin?». Pero yo solo veía a gente que juraría que conocía, a gente que me conocía vagamente. Tras abrirme paso hasta la barra, entrecerré los ojos para leer la pizarra que anunciaba los cócteles especiales de la noche, y acabé pidiendo un Pacharán Conversación Distendida sobre Pronombres, ya que tenía pinta de estar bueno y de describir acertadamente mis posibilidades de ligar aquella noche. O en cualquier otro momento, a decir verdad.

Probablemente debería explicar por qué estaba tomando una copa no binaria a la vez que llevaba un complemento fetichista muy de clase media en un sótano de Shoreditch. Pero, sinceramente, yo también empezaba a preguntármelo. El resumen es que hay un chico llamado Malcom al que conozco porque todo el mundo conoce a Malcom. Estoy bastante convencido de que es corredor de bolsa, banquero o algo así, pero, por las noches —y con eso me refiero a algunas noches, con lo cual me refiero a una noche por semana — trabaja de DJ en una discoteca transgénero/género fluido llamada Surf 'n' Turf @ The Cellar. Y esta noche era su fiesta del Sombrerero Loco, porque Malcom es así.

Ahora mismo estaba al fondo de la sala con un sombrero de copa de color púrpura, un frac a rayas, unos pantalones de cuero y poco más, pinchando lo que creo que denominan «ritmos bestiales». O a lo mejor no. A lo mejor es algo que nadie ha dicho jamás. Cuando tuve mi época de discotequero, ni me molestaba en preguntarles el nombre a mis ligues, y menos aún en tomar notas sobre la terminología.

Suspiré y volví a concentrarme en mi habitual falta de un revolcon. Debería existir una palabra para cuando haces algo que no te apetece en especial con el fin de apoyar a alguien, pero entonces te das cuenta de que no te necesitaba y nadie se habría dado cuenta de que te has quedado en casa en pijama, comiendo Nutella directamente del tarro. En fin. Eso. Tenía esa sensación. Y sin duda debería haberme ido, pero entonces habría sido el idiota que apareció en la fiesta del Sombrerero Loco de Malcom, no se curró el disfraz, se bebió una octava parte de una copa y se largó de allí sin hablar con nadie.

Saqué el teléfono y envié al grupo un desolado 

-Estoy aquí. ¿Dónde andáis?

Pero al momento apareció junto al mensaje el maldito reloj. Quién iba a imaginar que en una sala subterránea de cemento habría mala cobertura.

—¿Te has dado cuenta de que esas orejas ni siquiera son blancas? 

Noté un aliento cálido en la mejilla, y al darme la vuelta vi a un desconocido. Era bastante lindo, con ese aspecto respingado y sexy que siempre me ha resultado extrañamente cautivador.

En búsqueda de un novio. KOOKMIN (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora