Capítulo 7. ¿Estoy en problemas?

63 15 0
                                    

Unas fotos mías con Jungkook comiendo en un banco cerca de una estatua de Gladstone difícilmente coparían los titulares. «Dos hombres se comen un bocadillo» nunca tendría el tirón de «Famosillo vomita encima de otro famosillo», pero ahí estaban, mostrándome con mi novio en actitud nada amenazante. Volvimos a comer el viernes sin demasiadas expectativas de que a alguien fuera a importarle, pero pensamos que debíamos guardar las apariencias de todos modos. Y aparte, en fin, me gustaba, en fin, verlo, en fin. Y tal. Evidentemente no duraría mucho, porque, cuando pasara un tiempo prudencial desde el aniversario de sus padres, cada uno se iría por su lado sin necesidad de volver a hablar nunca más, pero quizás era... ¿bueno? Cuando todo era ficticio había mucha menos presión. Y por ahora no tenía que pensar mucho en qué haría cuando la ficción desapareciera.

El sábado dio paso al domingo y, a pesar de que Bridge me había asegurado en letras mayúsculas que no veía el momento de ordenar mi piso, no me sorprendió demasiado que llamara a las nueve de la mañana.

—¡Jim, lo siento mucho! —exclamó—. Tenía muchísimas ganas de ir a tu casa, pero no te creerás lo que ha pasado.

—Cuéntame.

—No puedo hablar del tema, pero, ¿conoces Las espadas élficas de Luminera? Es una serie de veintipico novelas de fantasía de Robert Kennington que llevan publicando desde finales de los años setenta.

—¿No había muerto?

—Sí, en 2009, pero le dejó sus notas a Richard Kavanagh, que iba a escribir los tres últimos libros de la saga. Pero hubo que dividir el primero en tres partes para publicarlo y los otros dos se han dividido en una cuatrilogía y una tetralogía...

—¿No significan las dos cuatro partes?

—Existe una diferencia técnica, pero ahora mismo no tengo tiempo para entrar en eso. En fin, la cuestión es que iba todo muy bien y Netflix estaba interesado en los derechos de los libros tres, siete y nueve, y estábamos intentando que echaran un vistazo a los volúmenes uno, dos y seis. Creo que estaban a punto de quedárselos, pero ahora Kavanagh también se ha muerto. Y tanto Raymond Carlisle como Roger Clayborn dicen que Kavanagh quería que tomaran ellos el testigo y se niegan a colaborar.

—Sí —dije—, parece... complicado.

—Lo sé, y seguramente tendré que pasarme el día hablando por teléfono. Si no consigo que arreglen sus diferencias, me echarán a la calle.

Puse los ojos en blanco, solo porque no podía verme.

—No te van a echar, Bridge. Nunca te echan. Siempre te endilgan esas absurdidades porque eres fantástica en tu trabajo.

Hubo un largo silencio.

—¿Te encuentras bien?

—Claro. ¿Por qué?

—No recuerdo la última vez que dijiste algo bonito sobre... algo.

Pensé en ello más tiempo del que me sentía cómodo teniendo que pensar en ello.

—Cuando te hiciste ese corte de pelo nuevo, el del flequillo lindo. Te dije que te sentaba muy bien.

—Eso fue hace tres años.

—No es verdad —repuse con voz entrecortada.

—Jim, recuerdo cuándo se llevaban los flequillos.

—Madre mía. —Me senté en el reposabrazos del sofá—. Lo siento.

—No pasa nada. Me guardo esas historias para cuando sea madrina de tu boda.

—Pues tendrás que guardártelas una buena temporada.

En búsqueda de un novio. KOOKMIN (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora