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Arribó a la residencia de su propiedad en uno de los afamados y costosos condados de Washington, el auto deportivo rugiendo una vez más antes de apagarse y reafirmar la llegada a la lujosa morada, el frondoso jardín dando la bienvenida a las miradas inquietas, el rocío de la fuente esparciéndose hacia ellos ante las corrientes del suave viento. Las mujeres que le acompañaban en el asiento del copiloto sonrieron hacia el dueño de las riquezas de las que gozarían aquella noche, los rojizos labiales impregnándose en el rostro y cuello de él al ser tomado por los dulces roces de sus amantes furtivas. Descendieron del transporte entre besos y prendas perdidas, el más alto rodeando las exquisitas cinturas con sus brazos, guiando a las damas en dirección a la habitación principal.

Luego de atravesar la puerta, los sonidos de sorpresa no demoraron en manifestarse, los halagos ofreciéndose en susurros, el ambiente caluroso renaciendo para disfrutar de la intimidad que significó cerrar la madera a espaldas de los tres. Stark bebió de boca en boca y los cuerpos femeninos cayeron sobre las mantas a merced de su hambruna. Saboreó las blancas pieles, ardió bajo las caricias de los dedos en su pecho, su espalda; indagando traviesos en la dureza que aguardaba desesperada en su entrepierna, ósculos empapándole de gusto, lenguas combatientes que marcharon para delinear la perfección de su cuerpo. Una mano hábil desabotonó su camisa y otra se deshizo del molestoso cierre de su pantalón. Las suyas se ocuparon de sentir con ansia los senos desnudos de ellas, encorvado cuando se supo sediento de la deliciosa textura de la carne, mimándolas, restregándose pecaminoso con una mientras la otra compartió de sus labios con la ajena, los tres sorbiendo de la misma ambrosía etérea.

Ciegos ellos de placer, no repararon en la cuarta presencia que se unió al son de los desenfrenados gemidos sin ser aquélla su voluntad. La mujer de cabellos ígneos tropezó con el trío embebido de su encuentro carnal, atestada de aborrecimiento e inhumanos celos, partiendo de vuelta a la inmensa sala de estar en el anhelo de calmar su mareo fatal. Sus tacones resonando fueron el eco que embistió la atención de Anthony, él despojado de su arrebato de fruición, olvidándose de sus amenas compañías para correr detrás de su viejo amor, portando tan sólo la ajustada, oscura ropa interior que se ceñía inoportunamente a su virilidad.

—Pepper. —Exhaló sin aliento—. ¡Pepper!

Nombrarle no consiguió que la aludida se detuviese.

—¡Pepper, espera! —repitió una vez más, aumentando el ritmo de su trote para tomar de su muñeca, parándole y obligándole a girarse. Ella intentó rehuir, mas las masculinas palmas en su hombro le instaron a ceder un momento.

—Estoy cansada, Tony —musitó, las lágrimas empañando al fin sus ojos luego de semanas pretendiendo calma, sus dedos en el desnudo pecho, apartándole—. No puedo soportar más de esto.

—Pepper, eres fuerte...

—Soy fuerte, Tony, sé que lo soy —interrumpió—. Pero, ¿por cuánto tiempo más podré serlo? —Él hizo el amago de abrazarle como consolación, primer acto instintivo en su ebriedad, y ella lo impidió sin vacilaciones—. No te acerques, hueles a ellas. Y ponte algo de ropa —exigió, escabulléndose de sus brazos finalmente para jadear con lástima, dándole la espalda.

Stark se limitó a concederle su espacio, rascando su nuca, luego cruzándose de brazos para esperar palabra alguna por parte de Potts. Transcurrieron largos minutos antes de que ella tuviese la fuerza para incorporarse en su firmeza y enfrentar a su martirio, limpiando sus propias lágrimas, sus facciones endureciéndose en ira cuando las esmeraldas sombrías en sus ojos se cruzaron con el marrón de los impropios.

—Tomaré el descanso —dijo con seguridad.

Quien escuchaba expectante asintió. No pidió a Pepper que permaneciese con él, ni suplicó en silencio; única, insoportablemente, le dejó partir.



Syndrome ↠ StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora