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El golpe de la puerta resonó dentro de la mansión abandonada. A paso lento, caminó por el largo, sombrío corredor, deshaciéndose del prolijo saco, después de las gafas oscuras en el bolsillo de la blanca camisa. Los recuerdos de la fiesta recién asistida aún se tambaleaban en su mente, víctima del alcohol ingerido en copas incontables. Una burlona sonrisa curvó sus labios entonces, la charla con aquel periodista fresca entre tantos acontecimientos, olvidándose por un momento de la ausencia de Pepper, quien siempre solía aguardar por él o ser la bella compañía de las veladas.

Cruzó las salas mientras silbaba desinteresado y no se demoró en llegar a la cocina, más hambriento de lo que podía recordar. Tomó un plato de la última comida dejada y preparada exquisitamente por Pepper, acompañándolo con una botella de vino a punto de vaciarse, dando primero un trago a tal, luego haciendo un gesto de gusto por el sabor. Quiso probar al fin un bocado del platillo, sin embargo, su extrañeza repentina lo impidió.

—Es descortés de tu parte no dar la bienvenida, Jarvis.

El silencio en respuesta agudizó su desconcierto, atinando a fruncir el entrecejo. Sus ojos se pasearon por las paredes en señal de algún percance, comenzando a hacer conjeturas delirantes, pensando que, tal vez, su inteligencia artificial finalmente había aprendido de su hábito de hacer malas pasadas.

—¿Jarvis? —preguntó una vez más.

El repetido mutismo le sacó de sus cabales. Dejó su cena intacta y se apresuró a ir escaleras abajo, directo al taller en donde cotidianamente pasaba sus noches de insomnio. Las puertas de cristal se abrieron con una contraseña manual, esperándole ahí un Dum-E que, indescriptiblemente, parecía temblar de miedo. El gorro de fiestas que le había puesto por la mañana se encontraba en el piso junto a un par de herramientas tiradas por su ayudante accidentalmente. Se aproximó a él en busca de reiniciarlo, mas el sonido de unos pasos entre la oscuridad le instaron a permanecer quieto en su sitio.

—Anthony.

Esa voz, conocida en el ayer, distendió un escalofrío por su vértebra. Los orbes marrón subieron del suelo a la sombra que poco a poco se acercó, retrocediendo en un irrefrenable instinto. La silueta emergió por completo de la penumbra, revelando la caótica apariencia del Soldado del Invierno. El nombrado titubeó antes de verse indispuesto a regresar el llamado, tratando de mantener un porte firme, encarándole con valentía.

—Tuve qué.

—Podrías haber tocado como cualquier otra persona —reclamó el magnate—. ¿Era necesario arruinar todos mis juguetes?

—No me habrías recibido de otra forma.

—Estás en lo cierto. —Le dio la razón, adelantándose hasta sus hologramas para arreglar el sistema en cuestión de unos movimientos—. Y créeme que tendría buenos motivos.

Un inestable Barnes siguió su paso, deteniéndose a un metro de distancia.

—Anthony...

—Ahórrate las molestias y márchate —interrumpió en un murmullo indiferente. Su semblante, abordado por una seriedad temible, era estudiado a un paso detenido por la profundidad de los ojos cerúleos—. Tus palabras no son más que una pérdida de tiempo. No deseo las falsas emociones que esconden, a la falsa persona que simulas ser a causa de mi padre.

—No aparento nada de esto, Tony. Todas mis disculpas hacia ti son completamente honestas. —Dio como contestación, reflejando el mismo grado de firmeza en su voz como en la del aludido. Su pecho se alzó al inspirar una bocanada exagerada de aire, impaciente, tortuosamente perplejo.

El de mirada de bronce liberó una risa forzada, no teniendo creyendo en él, y no estando dispuesto a hacerlo luego de acontecimientos sumamente desgarradores en su pasado. La vista de Anthony se desplazó por la iluminación que súbitamente se instaló, agotado, denotando tristeza en un gesto y desatando los atavíos de su corbata en busca de perder la sensación de asfixia.

Syndrome ↠ StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora