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Esa mañana, la mujer de la cafetería decidió hacer un primer movimiento. Fue entonces que en su entusiasmo se vio la desgracia, acercándose ella con una ladina sonrisa hacia la mesa, sirviendo un poco de la infusión en la taza que esperaba intacta. Apenas se encontró su mirada con la ajena, el hombre se apartó de su frenética escritura y agradeció amablemente.

—Hoy luce cansado —comentó en primera instancia.

—No creí que fuese tan evidente.

—Debe ser por los botones —señaló, haciendo que los ojos celestes bajasen con atención a su propia camisa—. Es usted demasiado prolijo que nunca se olvida de abotonarlos por completo. Pero parece que hoy ha sido el día.

—O quizá decidí dejar de hacerlo.

Ella rió, volviéndose hacia la barra y sentándose frente a él al no saberse observada.

—No, está ensimismado en sus apuntes. ¿Qué es tan importante?

La espalda del rubio terminó por recargarse en el respaldo del asiento, con sus dedos tamborileando inquietos sobre sus rodillas. La mujer concedió el momentáneo silencio, reparando en la breve meditación del otro, enarcando una ceja ante la sonrisa débil que se marcó en los finos labios.

Steve, inesperadamente, tomó la hoja en la que había estado escribiendo y se la tendió.

—Quería disculparme —dijo mientras la contraria leía—. Sé que me dio su número, pero me temo que perdí el papel en donde se hallaba.

—¿Cómo lo notó?

—No es la única que espía en este lugar, no se sorprenda.

La castaña se inmutó un instante, negando repetidas veces con su cabeza. Para Rogers no pasó por alto aquel desliz sutil en el que guardó el papel recién entregado en uno de sus bolsillos, poniéndose de pie más tarde.

—Sí, está en lo cierto. Le espío. —Soltó con gracia—. Pero entenderá que es un viejo hábito.

Sorbiendo del café al fin, Steve asintió.




—Querido —los zafiros percibieron al bronce de aquellos ojos merodeando, esplendor contra curiosidad en el choque de sus miradas—, deberías invitarle a salir. El tiempo pasa, no sabes cuándo será el día en que alguien más decida acercarse a ella. Tú...

—Es precipitado. —Se excusó.

Peggy se cruzó de brazos y con un sublime porte, rodó los ojos. De pronto su semblante adoptó un tono de sombría amargura, comprendiendo tal cuando finalmente habló.

—Tan necio como siempre, Steve Rogers —murmuró en un regaño—. Eres la viva imagen de Anthony.

Él tragó con pesadez, apartando sus ojos de los opuestos, incapaz de pretender mentirle a una gran confidente como lo era Carter. Se cuestionó si acaso aquel hombre, allegado de su amada Margaret, tomaría la decisión de revelarse ante unas cuantas personas más, saliendo de la cruel farsa que suponía su muerte. Mas la pregunta no rondó por su cabeza sino unos segundos, pues la mujer se apresuró a vestir su abrigo y él, en cambio, caminó hasta la puerta de la oficina en busca de abrirla caballerosamente.

En el pasillo, ella se sujetó a su brazo, robando de su boca una sonrisa cálida, sincera por primera vez en la noche. Atravesaron las puertas del elevador y la mayor alzó el rostro, pidiendo la atención de su grata compañía.

—Escuché que has tenido problemas con el nuevo artículo.

—No es nada. —Quiso despreocuparle, pero Peggy insistió—. Estará listo cuanto antes, confía en mí.

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⏰ Última actualización: Mar 06, 2018 ⏰

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Syndrome ↠ StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora