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El calor del haz de luz ardió en su rostro, dando un sobresalto brusco antes de entornar sus párpados, mareado y mirando en todas direcciones en señal de una respuesta. Sus ojos captaron borrosas imágenes en un principio, sólo sabiéndose a bordo de uno de sus autos, específicamente en el asiento trasero de aquel convertible oscuro que solía adorar. Su pecho dolió en el insoportable recuerdo de su herida, removiéndose desesperado por escapar, escuchando como reacción la caída de varias piezas de metal, las cuales ensordecieron su conciencia y turbaron cada uno de sus sentidos.

—¿Dónde estoy? —Stark cuestionó en un rumor que raspó su garganta, intentando hablar una vez más, fallando estrepitosamente.

El ajeno se volvió hacia él, deteniendo el vehículo en medio de la nada para encargarse de su compañía.

—Quédate quieto. —Escuchó el de hebras brunas a la lejanía y una sombra cruzó por su mirada, luego el suave tacto de una mano en su antebrazo.

Un sedante se vertió en sus venas y acalló el torbellino de sus pensamientos, arropado por la fría oscuridad del venenoso suero.




El cuerpo lánguido del magnate cayó entre las frazadas del humilde lecho, devolviéndole a la realidad con el impacto, medianamente despierto después de la travesía perdida. El Soldado del Invierno desapareció por el umbral un par de veces ante su vago estudio del lugar, cargando entre sus brazos algunos engranajes desencajados, encargándose de dejar tales en un rincón de la habitación irreconocible, pero evidentemente desastrosa.

Tony intentó apoyarse en sus codos luego de tallar su cara, las preguntas danzando presurosas en su cabeza, aturdiéndole, tan sólo recibiendo en sí los ojos marinos severos sobre los suyos. Barnes caminó hacia el borde del colchón barato y tomó asiento, dándole la espalda. Fue así como el genio se percató del brazo metálico que le pertenecía por primera vez, detallando la estrella de cinco puntas en la parte superior del metal.

—¿Dónde estamos?

—Lejos.

—¿Acaso tú...?

—No voy a asesinarte, si es lo que estás pensando.

Un amargo gesto abordó el semblante de el de largos cabellos, sus labios apretándose en una fina línea. Como contestación, el opuesto parpadeó confundido y más tarde su mirada cayó sobre la fuente de energía que alimentaba la luz azulada de su pecho, una deformación en su cuerpo que no había previsto. Abrió su boca en un indicio de su sorpresa, conteniendo su impulso de arrancar los enredados cables, su rostro mostrando su inmenso terror, sus manos tanteando las gotas que escurrían por los bordes del círculo zarco, tembloroso.

—Debí hacerlo o de lo contrario no habrías sobrevivido. —Se adelantó a hablar el de tez más clara, un intento de tranquilizarle, a ambos—. Tal vez te acostumbres en un tiempo. Después de todo, ese reactor es una de tus creaciones.

—No se supone que fuese una parte de mí —exclamó pavoroso.

—Evita que los restos de metralla lleguen a tu corazón —explicó—. La bala logró herirte, pero no era eso lo que estaba a punto de matarte. Dum-E lo trajo a mí antes de que fuese dañado en la explosión. —Su cabeza señaló las ruinas del colega robótico, aquellas que descansaban en el suelo del sitio.

El otro hombre mantuvo su vacío semblante cabizbajo, inspirando una bocanada de aire, cediendo por una serenidad artificial. Se recompuso e, igualmente, llevó sus pies al suelo, sentado a un lado de su compañía, procurando que sus movimientos no se entrometiesen con el proceso de su salvación. Su cuerpo se inclinó hacia delante y su cabeza bajó, hundida entre ambas de sus manos, lamentándose por la cicatriz que jamás sanaría, el vestigio permanente de aquel día. La traición de su progenitor.

Syndrome ↠ StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora