Capítulo 4: Sobrepensar ya es un hábito.

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No se cuánto tiempo estuve estático en la entrada de mi casa, había descubierto que había algo que no me permitía quitar la mirada por donde Kayleigh se había ido

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No se cuánto tiempo estuve estático en la entrada de mi casa, había descubierto que había algo que no me permitía quitar la mirada por donde Kayleigh se había ido.

Oh, ¿ya no es la insoportable?

Si, lo sigue siendo.

Haberla visto desenvolverse también alrededor de mi hija y sobretodo ver cómo Audrey parecía adorarla pese a conocerla hace muy poco no me harían cambiar de opinión.

En lo absoluto.

Me di la vuelta para entrar en casa, pese a estar fusilado tanto en lo corporal como en lo mental, debía limpiar el desastre que había quedado. Supe que Amanda se estaba encargando de los platos porque escuché el ruido de la canilla y esperé que Adrián estuviera ayudándola pero es muy imbécil estaba comiendo sobre mi sofá.

Yo siempre tan iluso.

—Oye, esa mujer hace magia con las manos —su boca estaba incluso más sucia que la de mi hija, se encontraba con el pantalón desabrochado y su estómago estaba más inflamado que nunca, no podía comprender cómo podia seguir comiendo.

Opté por ignorarlo y comenzar a recoger las cosas y desmontar las decoraciones. En en una hora mi casa volvió a ser la que era y lo agradecí de sobremanera. También le agradecí a mi hermana ya que sin ella todo hubiera sido mucho más complejo y me encargué de sacar rápidamente a Adrián de mi cocina antes de qué arrasara con los restos del pastel de mi hija. Demasiado había hecho ya.

Amanda se encargó de ayudar a Audrey con su vestido y peinado antes de meterse a la ducha, por mientras yo estaba preparándole su pijama y calefaccionando su habitación para que no sintiera frío.

En cuanto salió se vistió y yo comencé a desenredar su cabello luego de que se sentara en su banquito preferido frente a su espejo de luces que mi hermana se encargó de elegir cuando cambiamos sus muebles de recién nacida por los característicos de una infante a medida que iba creciendo. Al no tener idea yo le pedí ayuda y bueno, aquí estamos.

Pero al ser ella tan bajita el banquito tenía que hacerle justicia por lo que lo adaptamos a su tamaño y ahora yo tenía que arrodillarme cada vez que tenía que desenredar su cabello o peinarla.

—Oye pa —escuché su vocecita—. ¿Tú eres feliz?

La miré a través del espejo, confundido por su pregunta.

—Claro que si, bebé, ¿por qué lo preguntas?

—Porque a veces creo que te hago enojar mucho —se encogió de hombros—. Yo te amo mucho.

—Yo te amo a ti —besé su sien y la atraje a mi pecho, viéndonos aún por el espejo.

Hace seis años dudaba de todo, no solo tenía una bebé sino que tenía una bebé prematura que era mil veces más riesgoso, y estaba solo. Tenía terror de cometer el más mínimo error, parecía continuamente como si estuviera caminando en un lugar oscuro donde el piso estaba lleno de cristales que podían romperse y tenía que tener el máximo cuidado posible.

Corazón sin latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora