Capítulo 5: La ilusión de un corazón roto.

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Rebuscando entre los cajones de la cómoda que utilizaba como closet encontré una camisa muy arrugada, una blusa violeta, una polera color celeste y un vestido de un verdoso pastel muy bonito

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Rebuscando entre los cajones de la cómoda que utilizaba como closet encontré una camisa muy arrugada, una blusa violeta, una polera color celeste y un vestido de un verdoso pastel muy bonito. Finalmente me decidí por ese último junto con unas medias transparentes para combatir con el terrible frío que comenzó a hacer hace unas pocas horas.

Busqué un abrigo largo blanco y me puse unos zapatos del mismo color, decidí a último momento sumarle algún que otro accesorio. No quería verme tan formal como si fuera a tener una cena con ejecutivos importantes pero tampoco tan informal como si fuera a comer una hamburguesa en un McDonald's.

Oh y, además de echarme bastante perfume, me pasé un sahumerio por todo el cuerpo.

Ya saben, para prevenir esas malas vibras que seguramente cierto hombre iba a lanzarme.

¿Cómo podía ser tan amargado? Yo sé que a veces la vida es algo tediosa y cada tanto uno tiene ganas de estar de mal humor pero ¿en estado permanente? No, definitivamente era imposible estar de malas siempre.

Solo bastaba una de sus miradas para provocarme un revoltijo en el estómago. Tenía un talento después de todo.

Tomé la bandeja con el Tiramisú que había preparado y, después de saludar a Milo y dejarle comida y agua, abandoné mi departamento, esta vez asegurándome de cerrar bien con llave. Cuando el taxi llegó mi cuerpo tiritaba y eso que fueron solo minutos los que tardó desde que bajé.

Por desgracia demoró unos cinco o siete minutos en llegar a la casa del ogro. ¿Cómo podía llamarlo, si no?

¿Dragon de ocho cabezas? ¿Troll? ¿Monstruo, Bestia, Demonio?

No sé y tampoco tenía tanto tiempo para pensarlo porque ya me había bajado y el taxi se había ido, no había momento para arrepentirse.

Lo hago por Audrey.

Toqué el timbre y por cada segundo que pasaba lo maldecía de diferentes maneras porque algo me decía que lo hacía adrede, seguro que su coeficiente intelectual llegaba al nivel de poder comprender que el frío que hace no es precisamente para estar afuera mucho tiempo.

Cuando por fin el portón eléctrico se abrió caminé a paso lento, no le daría el gusto de saber que estaba desesperada por una estufa, chimenea o incluso la hornalla de una cocina. Él ni siquiera vino hasta donde yo estaba sino que se quedó en la puerta más para el lado de adentro que el de afuera. No sé si eran imaginaciones mías y ya el frío me había jodido el cerebro pero ahora mismo casi podía verlo lleno de un malévolo disfrute al ver como mi cuerpo soltaba algún que otro tiritón por la temperatura. 

Lo detesto tanto...

Al llegar hasta él elevé un poco mi cabeza para conectar nuestras miradas ya que la diferencia de altura entre nosotros era algo notable. Pese a ella jamás me sentí menos, seguro que en una hipotética pelea incluso salía ganando.

Corazón sin latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora