Capítulo I

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Gojō Satoru miró de lado a lado de la discoteca en la que se encontraba, intentando enfocar la vista. No solía beber, era abstemio, no solía gustarle el sabor del alcohol –demasiado amargo para su gusto, y no le encontraba la gracia a embriagarse.

Esa noche, en cambio, Utahime Iori –su mejor amiga para él, su eterno enemigo para ella–, le había engañado para beber varios cócteles, mucho más dulces que una cerveza o un whiskey, y mucho más apetecibles para él. Al no estar acostumbrado, sólo hicieron falta un par de esas bebidas tan deliciosas para conseguir que se tambaleara.

Ahora, la oscuridad del local le rodeaba, lleno de personas que parecían manchas difuminadas a su alrededor. Tenía calor, mucho calor, y seguía teniendo la necesidad de refrescarse.

–Necesito beber algo –le dijo a Utahime, sintiendo la boca pastosa.

La chica le ofreció un poco de su bebida, y Satoru casi la escupió cuando el sabor a vodka rozó su lengua. Definitivamente, eso no era a lo que se refería.

–¿No vas a quitarte las gafas de sol ni siquiera aquí? –le preguntó la chica, divertida con su reacción.

Nunca desaprovechaba la oportunidad para molestar al otro.

–Las luces me molestan –respondió, con un tono de voz elevado debido a lo alto de la música.

Desde que tenía uso de razón, Gojō Satoru había tenido fotosensibilidad, y se le hacía impensable separarse de sus gafas oscuras. Ya estaba acostumbrado a esconder sus hermosos ojos azules tras los cristales. Aunque fuera de noche, en un local cerrado en el que apenas hubiera iluminación, él veía perfectamente. Tenía muy buena vista.

–Que sensible eres... –dijo ella, con ironía.

Gojō le sonrió de vuelta, sin dejarse picar por una burla tan simple como esa.

–Por cierto, esas chicas te están mirando –respondió ella luego.

Satoru soltó un amago de carcajada.

–Claro que lo hacen, soy terriblemente atractivo –respondió, con arrogancia, hinchando el pecho.

Incluso su postura corporal cambió, parecía que estuviera posando para el grupo que había señalado Utahime con la cabeza, permitiéndoles adorar el arte que era su imagen. Un chico joven, de veintitrés años, alto, musculoso, pelo blanco y facciones finas escondidas tras el misterio de sus gafas de sol oscuras, que ocultaban sus ojos azules como el cielo de verano, tan vivos y brillantes.

Vestido con una camisa blanca, contrastando levemente con su piel pálida, con un par de botones desabrochados de forma disimulada, dejando entrever parte de sus bien formados pectorales. Los vaqueros ceñidos y los zapatos negros finalizaban el conjunto. Sí, Gojō Satoru era un Adonis con todas las letras, pero también era terriblemente creído.

–Eres insoportable... –dijo Utahime, suspirando, dándole por perdido otra vez.

Satoru volvió a reírse en voz alta, divertido.

–Voy a bailar un rato –anunció, con el ligero toque a alcohol en el habla.

Sin darle tiempo a su amiga, se giró en dirección a la pista, dispuesto a sudar y a unirse a esa marabunta de gente que bailaba al ritmo de una canción conocida.

–Gojō, ¡que voy a irme en nada! –la chica intentó llamar su atención, pero no pareció que la escuchara–. ¡Maldita sea, Gojō!

La pista de baile, que era prácticamente toda la superficie del local salvo la zona de la barra y los servicios, estaba a rebosar. Y era lógico, era sábado por la noche. La gente joven –y no tan joven– salía a quemar la ciudad. Y más en el barrio de Shinjuku, donde la fiesta parecía no acabar nunca incluso cuando amanecía.

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