Capítulo VII

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El resto del día transcurrió tranquilo, como todos los lunes en la oficina. Suguru había regresado a su puesto y se había olvidado por completo que había acordado verse con Satoru hasta que no llamó a su puerta y lo hizo pasar.

Aún seguía molesto con él, pero lo cierto era que la rabia estaba comenzando a dejar paso a la tristeza. Tristeza por haber sido olvidado tan pronto. Satoru parecía no acordarse absolutamente de nada, y el amargor que eso dejaba en Getō era muy desagradable.

–¿Me permites el contrato? –preguntó, yendo directo al grano.

–Eh... Claro, por supuesto –respondió el albino, sacando una copia recién escaneada y editada de su contrato para evitar que se vieran las manchas de chocolate.

Lo cierto era que había acabado su trabajo ya hacía un buen rato, no era algo difícil, aunque sí sistemático, y se había entretenido ese rato hasta que llegara el final de su jornada a arreglar el desastre que había provocado durante la mañana. Tenía suerte de ser bueno también en edición de imágenes y documentos, había quedado una copia impoluta de su contrato.

Aun así, había tardado más de lo usual en ese tipo de situaciones. Algo dentro de él le obligaba a alargar el tiempo para tardar lo máximo posible en ir a ver a Getō. No sabía qué era, no entendía por qué esa aura de amenaza cada vez que hablaba con él, y se le hacía incómodo a la vez que curioso. Quizá por eso se torturaba a sí mismo orquestando citas laborales con él para luego fastidiarse acudiendo a ellas.

Suguru agarró la copia y observó por encima la primera parte, donde aparecían los datos de la empresa y los de Satoru, en este caso. Todos los contratos eran iguales en ese sentido y, de tantos que había firmado, ya se lo sabía de memoria.

–A primera vista, puedo decir que tienes un contrato de becario básico –murmuró, continuando con los párrafos siguientes–. Aunque con algunas diferencias dada la naturaleza de tu persona.

Espera, espera... ¿Qué?

Satoru cerró un momento los ojos, frunciendo el ceño, aunque este hecho podía pasar desapercibido con sus gafas puestas.

–¿Cómo que de becario? ¿Diferencias? ¿Qué significa eso?

–La primera cláusula explica que, cada vez que se acabe tu contrato de trabajo, se te debe hacer otro en consonancia con el trabajo que vayas a realizar. Lo que yo entiendo aquí es que, cada mínimo tres semanas y según estipule tu supervisor, vas a ir rotando dentro de la empresa en las distintas áreas, y se te tiene que hacer un contrato nuevo –Suguru explicó, aun leyendo el contrato.

Lo cual es una putada, porque ni siquiera ha generado el tiempo suficiente como para percibir un finiquito. Y supongo que todos los contratos serán de aprendiz como este, que es... Un poco precario. ¿Es cosa mía o sus propios padres le están fastidiando a propósito?

–En todo lo demás, se trata de un contrato base de aprendiz –añadió.

Contrato base de aprendiz...

–Pero... Eso significa que ni siquiera cotizo, y que el sueldo es de unos 140.000 yenes al mes –respondió Satoru, tirando de memoria–. ¡¿PERO QUÉ ES ESTO?!

Si cobraba más trabajando de camarero cuando estaba en la universidad.

Satoru empezaba a verse claramente alterado. Getō lo miró con cara de circunstancia –nunca era plato de buen gusto hablar de los subterfugios que tenían las empresas para pagar menos a sus empleados. Y eso que él, como miembro de Recursos Humanos, intentaba luchar por mejorar la vida de los trabajadores.

Al menos conoce las condiciones generales... No es tan tonto como parece...

–Es... Un contrato base, ya te lo he dicho... –contestó, levemente incómodo.

Ima demo ao ga sunde iruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora