Capítulo VIII

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Getō Suguru se terminó su cuarto vaso de té en menos de tres horas. Manami le había preguntado cuando le acercó el último, pero Getō se había dedicado a esquivar el interrogatorio. Lo cierto era que estaba muy nervioso. Después del encuentro con Satoru el día anterior, Suguru no había sido capaz de pensar en otra cosa durante el resto del día.

Por mucho que quisiera odiar al muchacho, una parte de él se apiadaba del joven ahora que sabía la difícil situación que tenía en casa. Y no quería, porque siempre le pasaba lo mismo. Mahito ya se lo había repetido miles de veces: de tan bueno que era, acababa siendo tonto.

Quería hacer tanto el bien que, al final, la gente acababa aprovechándose de él. Y eso no podía sucederle con Satoru porque no quería sentirse usado otra vez.

Había dormido fatal y ahora, por la mañana, tenía la cabeza en cualquier otra parte que no fuese el trabajo. Las gafas de Satoru seguían en su escritorio y ni siquiera había sido capaz de devolverlas a su dueño.

Estaba entre dos tierras, y odiaba esa sensación.

Necesito tomar el aire... No, necesito ir al baño antes.

Decidido a perder un poco de tiempo en recomponerse, Getō salió de su despacho hacia los servicios de caballeros –tanto té le había salido caro.

Nanami salió de su despacho, bastante nervioso. Era media mañana, y tenía el correo electrónico lleno de Gojō Satoru. No de él en concreto, sino de páginas de spam a las que le había apuntado usando su e-mail, tanto de páginas de ligar, como de jardinería, clubs nocturnos, costura y cocina.

Voy a matarlo algún día de estos...

–Getō-san –le saludó de forma cortés, viéndole acercarse a él por el pasillo.

–Buenos días, Nanami-san –Suguru contestó de igual forma, aunque forzó demasiado una sonrisa falsa porque, lo cierto era, tenía un poco de mal aspecto.

Tenía prisa, no quería pararse a hablar con él y no dijo nada más para darse a entender.

Estoy en este edificio precisamente para esto... Ese niño me debe un gran favor...

Nanami se paró un momento, suspirando, no muy convencido de esto.

¿Por qué sigo intercediendo por ese pequeño tocapelotas?

–Getō-san –le llamó.

El nombrado se giró en redondo porque había pasado de largo –ni siquiera se había preguntado qué podía estar haciendo Nanami allí. Pero, después de que le llamase una segunda vez, tuvo que frenar.

–¿Sucede algo?

Nanami Kento era muy parco en palabras, por lo que lo que sonaba en su cabeza era bastante diferente a lo que salía por su boca.

–A su despacho –dijo.

–Ah...

¿A mi despacho? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Y yo sin poder mear...

Suguru asintió levemente y comenzó el camino de vuelta. A pesar de que ambos tenían el mismo puesto en diferentes secciones, Nanami era más mayor y Getō lo respetaba mucho. Nanami guio la marcha hacia el despacho de Suguru.

Aunque ese no fuera su edificio, él también trabajó varios años en recursos humanos, por lo que se conocía la distribución de los despachos a la perfección, incluido el despacho del jefe de recursos humanos. Abrió él mismo la puerta y le dio paso a Getō, dejando que éste se sentara en su silla para después pasar él y sentarse enfrente.

Ima demo ao ga sunde iruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora