Capítulo IX

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Gojō se frotó las sienes. Ya habían acabado la reunión a la que Nanami le había invitado a quedarse y, tal y como le había pedido, se había portado bien. O, al menos, su definición de portarse bien.

–Oye, Nanamin –dijo una vez se hubieron levantado todos los presentes.

Nanami endureció el rostro de manera inconsciente –no le gustaba ese mote y no le gustaba que Gojō se hubiese cogido las confianzas de llamarle así en el trabajo. Fuera... Lo podía soportar. Pero en la oficina, le hacía verse como alguien inferior.

–¿Qué? –respondió algo seco, guardando unos documentos en su maletín de cuero.

Qué borde es siempre por las mañanas...

Satoru ya estaba acostumbrado al tono duro que Nanami solía usar con él, poco le importaba.

–Lo de Suguru... Creo que no hará falta al final –respondió con una sonrisilla triunfante.

El rubio puso cara de sorpresa durante una milésima de segundo. Por un momento, se había olvidado por completo de su conversación con Getō y el motivo de ella.

–¿Por qué? –cuestionó.

¿Si le digo la conversación que tuve con él ayer, me echará la bronca?

–Porque... –empezó, haciendo una pausa.

Sí, definitivamente sí.

–Ayer estuvimos hablando por el tema del contrato –siguió.

Y puede que le vacilase un rato y ahora sí le caiga mal.

–Y ya no tengo la sensación de hostilidad.

Porque no es una sensación, más que nada, conseguí que lo fuera. Pero no es mi culpa, él empezó.

Nanami levantó el rostro, mirando a Satoru por primera vez –guardar los documentos era más importante.

–¿Te has disculpado con él? –preguntó, arqueando una ceja.

Le resultaba complicado porque Satoru era muy orgulloso como para rebajarse a eso, pero era la única vía que él entendía para arreglar las cosas con Suguru. Satoru ladeo la cabeza, confundido.

–No, ¿por qué iba a hacerlo? –preguntó.

¿Cómo que por qué? Porque debiste comportarte como un imbécil integral en esa discoteca.

–Porque estaba molesto contigo. Y es lo que tienes que hacer –el rubio contestó con rotundidad.

Satoru levantó la cara de repente, muy sorprendido.

Se... ¿Se lo ha contado? ¿En serio?

Satoru seguía sin recordar nada de ese fatídico día en la discoteca, y la explicación de Nanami sólo le daba una respuesta posible.

¿De verdad le ha dicho que puede que le vacilase un poquito? Si fue él quien empezó diciendo que le gustaban mis ojos...

–Yo no hice nada... –se defendió, como un niño pequeño.

Si me corté un montón.

Nanami arqueó una ceja, analizando al joven que tenía delante. Lo conocía y sabía que, en líneas generales, no era un mentiroso. Y, si alguna vez mentía, era en cosas sin mucha importancia. Un problema con un compañero de trabajo no era el caso.

–Satoru, en la discoteca le dirías alguna cosa. Ya sé que no bebes, pero puedes hacerlo igualmente sin necesidad de alcohol –dijo, como si estuviera dando una clase.

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