Miedo

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Era verano, aunque en Berk lo único que el verano podía llevar eran unos rayos de sol verdaderamente calurosos, solo unas horas al día, por la noche todo volvía a ser fresco. La pesca era abundante debido a las migraciones, no había escases de comida. Las familias gozaban de un clima agradable con una buena cena para llevar a sus estómagos. Inclusive las cosechas estaban haciendo lo suyo, creciendo y estando maduras para recolectarse, claro, los dragones ayudaban a que estas cosas fueran posibles. Al parecer todo iba bien en lo que a la sociedad refería.

Ya habían pasado unos meses desde que la cabaña de Astrid se había quemado, todo en Berk había seguido su curso después de que las flechas fueran lanzadas hacia el mar despidiendo a la joven Hofferson, inclusive su familia había aceptado seguir.

Pero no todos podías superarlo tan fácilmente.

Era jueves por la mañana, Hipo se encontraba sentado al borde de su cama como todos los días desde que amaneció sin una compañera a la que acompañar a volar, o a la que retar y burlarse de nunca darle alcance. A pesar de que Hipo estaba bien físicamente, se veía sin vida, como si su propia vida se hubiera ido con la de su amada. Era tonto, hasta cierto punto.

—Estoy bien. —Se escucha decir a Hipo todos los días desde hacía meses. —Mañana prometo ir a volar contigo, amigo. —Sonreía y acariciaba las escamas de la cabeza de su compañero, haciendo una promesa. Y esa misma promesa se escuchaba todos los días. Esa misma promesa no se cumplía hace meses. Era triste, sin dudarlo.

Así como el verano empezó se alejó, dando paso a un otoño donde el clima se mantenía frío la mayor parte del día. La vista a lo lejos de Berk era toda una gama de dorados. Amarilla, dorada y marrón. Era hermosa... para cualquiera que no viviera ahí, claro. Los habitantes hacía años que ni se inmutaban ante tal escenario, para ellos era un simple cambio de colores que les indicaba que el duro invierno estaba más cerca y que debían de apurarse a cosechar y criar ganado parar resistir.

— ¡Mira este paisaje! Apuesto a que Chimuelo estará encantado de verlo desde las alturas. —Dijo un hombre con una prominente barba. —Hijo, debes salir. Todos están preocupados por ti. Llevo tiempo pidiendo a los dioses tu recuperación. Al menos aún comes, si sigues así serás un verdadero Abadejo.

Hipo, que permanecía acostado hasta ese momento, se levantó dejando caer su pierna por el borde de la cama.

—Tal vez... Quizá deba ir a volar con Chimuelo un rato, llevo tiempo prometiéndoselo. —Tomó fuerza y se levantó para alcanzar su prótesis. —Andando, amigo.

Salió junto con Chimuelo y sobrevoló la isla, pero aun todos sus colores, sus vividos colores no pudieron regresarle la vida que sentía que se iba.

— ¿Cómo lo haces, Chimuelo? —Comenzó a hablar mientras tomaban altura y planeaban sobre las nubes, Chimuelo permaneció con la mirada hacia enfrente, — ¿Cómo es que lograste vivir hasta este momento siendo el único Furia Nocturna? Antes de que te encontrara... Debiste haberte sentido muy solo, ¿no es cierto? ¿Tenías miedo, amigo? —Hipo decidió recostarse en la silla y mirar a las nubes. —Yo tengo miedo.

Fue entonces cuando Hipo, sin que Chimuelo pudiera hacer algo pues su jinete había colocado la palanca para vuelo recto, se lanzó a mar abierto. No esperando mucho menos que la muerte, o ¿es que estaba vivo en ese momento?

De la nada la palanca se soltó y Chimuelo pudo lanzarse en picada hacía su jinete, consiguió atraparlo, por su puesto.

El padre de Hipo se lamentó haberlo alentado a salir de la cama, no volvió a hacerlo nunca más y ordenó a sus amigos vigilarlo en caso de que llegara a salir. No pensaba perder a su hijo.

Todos en la aldea estaban realmente preocupados por Hipo, sin él y Chimuelo para proteger la aldea, corrían el riesgo de que los marginados aparecieran. Empezaban a perder las esperanzas justo cuando un día, sin avisar, Hipo salió para dar un paseo por el bosque. Él sabía que sus amigos le espiaban de cerca para que no volviera a intentar matarse, lo sabía, pero no le preocupaba. Estaba decidido a salir de eso, a olvidar a Astrid. Aún no sabía cómo lo haría, pero lo haría. Y parte de él creía que el bosque lo llamaba para darle una solución.

Llegaron los meses de invierno, las preparaciones en Berk estuvieron listas a tiempo y la aldea se preparaba para recibir el duro invierno, como cada año, pero este año el invierno iba a tener la particularidad de que... no iba a ser duro precisamente.

Pronto la nieve comenzó a caer sobre los árboles, dándoles una bella figura escarchada. El clima era frío, pero se sentía diferente a cualquier frío que nosotros hemos sentido antes. En este frío había dedicación y calidez, como si las tormentas de nieve hubieran sido creadas con un motivo en especial, estas no se sentían crueles y despiadadas como las que se habían estado sintiendo durante los mejores años de Berk, estas se sentían... cálidas, dulces, como si en vez de que fueran helados copos de nieve fueran trozos de azúcar. La nieve causaba una especie de tranquilidad al tocarla, causaba felicidad. Los vientos que el invierno regalaba soplaban una hermosa sinfonía a los al rededores de Berk. Para muchos eran simples vientos, pero hubo alguien que juro haber escuchado una risa en las ventiscas, una risa seguida de una voz.

—Mi nombre es Jack Frost.

>>>> Yo y mis actualizaciones a las dos de la mañana jajaja. Bueno, este capítulo es más que nada para que se den cuenta de lo mal que lo esta pasando Hipo desde que Astrid murió, pobre Hipo ;m; Bueno, lean y pronto el proximo capítulo (y no digan que no, he estado actualizando seguido.)

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