good luck, babe

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«Good luck, babe, well, good luck, babeYou'd have to stop the world just to stop the feelingGood luck, babe, well, good luck, babeYou'd have to stop the world just to stop the feeling»

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«Good luck, babe, well, good luck, babe
You'd have to stop the world just to stop the feeling
Good luck, babe, well, good luck, babe
You'd have to stop the world just to stop the feeling»

Nayeon se detuvo frente a la casa de Jeongyeon, y dudó durante unos instantes sobre si golpear la puerta o solo largarse, tenía miedo, los nervios le estaban pasando una mala jugada. Su corazón latía con fuerza, sus manos temblaban; la duda llegó a su cabeza, pero no tuvo siquiera tiempo para arrepentirse cuando ésta se abrió abruptamente, dejándola ver a una alborotada rubia.

Lucía hermosa, pese a tener los ojos hinchados y su cabello desordenado. Nayeon creía estar viendo a un ángel, aunque fuese todo lo contrario a uno. Era una mujer que la ilusionaba y no la valoraba lo suficiente, alguien que se besaba con otros hombres y ponía excusas ridículas. Se dio cuenta, entonces, de que ella no la valoraba. No como se debía.

Su belleza irreal casi la hizo tambalear, y la pequeña diferencia que tenían en altura la derritió. Amaba tener que alzar ligeramente su cabeza para poder verla a los ojos, que su hombro tuviese el mejor lugar para que su cabeza descansara, amaba el sentir su pulso cuando besaba su cuello. Cada parte de Jeongyeon era perfecta, y eso dolía. Estaba enamorada hasta del más pequeño detalle, su juventud tan reluciente, su forma de ser llamativa sin siquiera quererlo, su rostro tan delicado como una muñeca.

Oh, como desearía ser amada de esa forma, con tanta intensidad que hasta sus imperfecciones sean vistas como algo maravilloso.

— Nay... Entremos, ¿si? —la voz de Jeongyeon sonó como mil estacas al corazón de Nayeon; ¿cómo podía ser tan perfecta incluso cuando le hacía daño? No lo podía entender. De todas formas, se adentró en la casa, fijándose en que no había nadie más.

— ¿Y tus padres? —fue lo primero que preguntó para romper el hielo, su voz sonó temblorosa, cosa que fue fácil de notar para Jeongyeon.

— Están de viaje, Seungyeon fue con ellos.

Así que estaba sola, ¿desde hace cuánto? ¿Por qué se estaba enterando ahora?

Durante los viajes familiares de los Yoo, Jeongyeon solía quedarse en casa solo para poder pasar sus días junto a Nayeon, ambas la pasaban increíble durante su tiempo a solas, sin nadie de quién esconderse y pudiendo amarse en cada rincón que quisieran. Dormían juntas, y al despertar, todo su día se basaba en mimarse, vivían sus vidas deseadas, sin esconderse, sin ataduras.

Esta vez, ni siquiera recibió un mensaje que le notificara la situación, al menos para poder recibir una disculpa cara a cara. Jeongyeon solo le escribió para decirle lo cuánto la amaba, lo arrepentida que se encontraba y lo mucho que lo sentía. Mensajes cortos, otros con mayor longitud. Pero nunca uno que la invitase a estar en casa junto a ella para poder hablar personalmente.

Ambas tomaron asiento en el sofá, Nayeon tomó una distancia prudente, evitando hacer contacto visual y físico con quien seguía siendo su pareja. Ver su bonito rostro solo le traería los recuerdos de aquella noche, en la cual vio cómo sus suaves labios osaban tocar los de alguien más; los de hombres desconocidos.

Nayeon lo sabía, no era tonta; Jeongyeon solo lo estaba haciendo para poder negar su realidad como lesbiana. Porque eso era, una lesbiana acomplejada por sus gustos. Nayeon no juzgaría eso, pero sus actos sí. Porque pese a que mantuvieran una relación oculta, la fidelidad debía permanecer. Jeongyeon no podía simplemente ignorar el hecho de que tenía novia.

— Nay, lo siento mucho, en serio.

La nombrada levantó su vista para poder analizar el rostro de su «amada», a quien no podía odiar ni aunque le esté infligiendo el peor de los dolores. Las lágrimas estaban acumuladas en sus ojos, pero Nayeon no podía llorar más, ni aunque viese a Jeongyeon desarmarse frente a ella. Su corazón ya no tenía más llanto, estaba seco, arrugado, y por sobre todo, roto.

— Sé que los besaste porque quieres negarte al hecho de que eres lesbiana, pero ni aunque beses a mil hombres vas a poder hacerlo.

— Bebé...

— Creo que es mejor que terminemos.

La rubia abandonó su lugar en el sofá, parándose con rapidez para poder quedar en frente de Nayeon. No quería perderla, no cuando la amaba con tantas fuerzas, pero otra parte de sí misma le decía que eso era lo que tenía que pasar. Ella no podía tener un futuro junto a una mujer, no era lesbiana, aún estaba a tiempo para redimirse y dejar de sentir. Nayeon no mostraba mayor emoción en su rostro, pero aquel camino que sus anteriores lágrimas dejaron estaba marcado, sus ojos hinchados y sus labios temblorosos la dejaban en evidencia.

Esto le dolía más de lo que podía demostrar, probablemente le dolía incluso más que a Jeongyeon.

Nayeon la enfrentó, no rompió el contacto visual, manteniéndose firme con lo que sus palabras decían. No quería que su boca y su actitud se contradijeran. Necesitaba estar segura de lo que estaba haciendo, porque no había vuelta atrás. Ella quería creer que, en un futuro, le agradecería a su «yo» de aquel día.

Y estaba en lo cierto, lo haría.

— Nayeon, por favor, me equivoqué.

— No, Jeongyeon, no te equivocaste, solo te estás excusando y lo haces terrible —su voz no sonaba dura, sino que todo lo contrario, era compasiva—. Será mejor dejar nuestra relación hasta acá.

Terminar una relación era más difícil de lo que las dos pensaban, no había solución viable al problema que enfrentaban y lo sabían. Jeongyeon estaba acomplejada, Nayeon sentía una tristeza desgarradora. Y sin embargo, lograron llegar a un acuerdo; ninguna insistió en tratar de seguir, no tenía sentido.

Nayeon caminó hasta la puerta principal, lista para irse. Jeongyeon lloraba silenciosamente, con un remolino de emociones en su interior. Se sentía confundida acerca de sí misma, tonta por haber perdido a alguien como Nayeon, y esperanzada de poder revertir su «situación» como lesbiana.

— Buena suerte, Jeongyeon.

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