𝐆𝐚𝐯𝐢𝐧 𝐑𝐞𝐞𝐝; Cᴀᴅᴀ ᴅɪ́ᴀ ᴍᴀs Mɪsᴇʀᴀʙʟᴇ

58 4 0
                                    

Mɪsᴇʀɪᴀ

Con el paso de los días, la rutina se había vuelto insoportable

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Con el paso de los días, la rutina se había vuelto insoportable. Cada mañana despertaba con la sensación de estar atrapado en un ciclo interminable, como si el reloj nunca avanzara y yo solo fuera una pieza más de una maquinaria oxidada. Todo se sentía igual: la misma luz mortecina filtrándose por las persianas mal ajustadas, el mismo café frío esperando en la cafetera, el mismo silencio denso y opresivo llenando los espacios vacíos del apartamento.

Cuando salía a la calle, la gente se movía a mi alrededor como sombras, sin vida ni propósito, solo repitiendo los mismos gestos cansados de siempre. Se habían vuelto predecibles, monótonos. Incluso sus miradas habían perdido el brillo, como si en algún momento algo dentro de ellos se hubiera apagado. Al principio, creía que era solo mi percepción, pero pronto me di cuenta de que ellos sentían lo mismo. Las conversaciones, antes llenas de bromas y sarcasmo, se habían vuelto escuetas, casi incómodas. Ya nadie me hablaba con la misma emoción, como si yo fuera una carga más que un compañero. Las invitaciones a salir desaparecieron, una a una, hasta que el silencio era lo único que me quedaba.

Era una miseria.

Tina, con su risa contagiosa y sus interminables historias, había dejado de enviarme mensajes. Al principio, pensé que estaba ocupada, pero la verdad se reveló poco a poco: simplemente me había dejado de lado. Ni siquiera me molesté en preguntarle por qué; sabía la respuesta antes de formular la pregunta. Y Chris, aquel tipo callado pero confiable, apenas si me dirigía la mirada cuando pasábamos uno junto al otro en la oficina. Era como si ya no existiera para ellos, como si fuera invisible, un fantasma vagando por las ruinas de lo que alguna vez había sido una amistad.

¿Por qué? Porque, al parecer, yo era el villano en la historia de un héroe.

Todos adoraban a Connor, el androide "perfecto" que había llegado para salvar el día. Y claro, mi tensa relación con él no ayudaba en absoluto. Desde el principio, había dejado claro lo que pensaba sobre tener a un androide en el equipo de investigación. Lo consideraba una broma de mal gusto, una aberración de la justicia. ¿Cómo podía alguien confiar en una máquina para hacer el trabajo de un ser humano? Me llamaban paranoico, obtuso, anticuado. Pero solo estaba haciendo mi trabajo, protegiendo a los nuestros. Para mí, tener a un androide en nuestras filas era poco profesional, y lo que es peor, una traición en potencia. Había visto suficientes errores tecnológicos en mi vida para saber que una máquina, por muy avanzada que sea, siempre tendrá una falla.

Y, como siempre, tuve razón. Connor se volvió divergente. Lo vi en su mirada, en la manera en que sus ojos mecánicos empezaron a llenarse de emociones que no deberían haber tenido lugar en su programación. De repente, ya no era solo un androide; se había convertido en algo más. Algo que no podía ser controlado. Lo traicionó todo: a sus creadores, a sus órdenes, a todo lo que representaba. Y en el proceso, nos llevó a perder la guerra, cediendo a los ridículos ideales de "igualdad de derechos" que ahora nos imponían. ¿Igualdad? ¿Con máquinas? ¡Por favor! ¿En qué momento olvidamos que nosotros, los humanos, somos sus dioses? Ellos deberían obedecernos, seguir nuestras reglas, no exigir ser nuestros iguales.

El mundo entero parecía haberse vuelto loco, y yo era el único que lo veía. Mientras todos celebraban esta "nueva era" de paz, yo me revolcaba en el odio, viendo cómo nuestras vidas se derrumbaban bajo el peso de esa absurda igualdad. Me encontraba solo en mi resentimiento, aislado en una tormenta de frustración y enojo. Y aunque sabía que no podía cambiar nada, aunque entendía que mis palabras caerían en oídos sordos, el odio me consumía, día tras día, como un fuego que no podía extinguirse.

¡Que te jodan, Connor!

¡Que te jodan, Hank!

¡Que te jodan, Fowler!

¡Que te jodan, Chris!

¡Que te jodan, Tina...!

Cada nombre era como una daga clavándose en mi mente, un recordatorio de todas las personas que habían decidido seguir adelante sin mí. Todos me habían dado la espalda, prefiriendo la comodidad de sus nuevas alianzas con los androides, aceptando de buen grado esta nueva "normalidad". Pero yo no podía. No podía aceptar que nos habíamos rendido, que habíamos permitido que las máquinas, esos monstruos de metal y cables, nos igualaran.

Y en el fondo, mientras gritaba mentalmente esas palabras llenas de veneno, sabía que no era solo odio lo que sentía. Era miedo. Miedo de que, al final, fuera yo el que estaba equivocado. Miedo de que el mundo ya no tuviera un lugar para alguien como yo.

Miré a mi alrededor, sintiendo el peso de esa miseria que me aplastaba lentamente. ¿Había algo que pudiera hacer? ¿O estaba condenado a seguir siendo el villano de una historia que ni siquiera entendía del todo?

MiseriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora