𝟏𝟏. 𝐓𝐞𝐧𝐞𝐦𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐚𝐛𝐥𝐚𝐫

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Mɪsᴇʀɪᴀ

Connor sintió cómo la rabia latente en su interior se desbordaba, quemando cada fibra de su ser como un fuego incontrolable

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Connor sintió cómo la rabia latente en su interior se desbordaba, quemando cada fibra de su ser como un fuego incontrolable. Las palabras de Gavin, ese fantasma persistente en su mente, habían cavado profundo, desenterrando una violencia que rara vez dejaba salir.

"Me amas," susurró Gavin en su oído, su tono burlón y seductor, como si supiera exactamente qué cuerdas tocar para desatar lo peor en Connor. "Me amas mucho, ¿no es así?"

Algo en esas palabras rompió el último vestigio de control que Connor había estado aferrando con desesperación. —¡Cállate! —rugió, su voz resonando con una furia que no podía contener. Sus manos se movieron por instinto, arrancando mechones de su cabello artificial mientras su LED pulsaba violentamente en un rojo furioso, casi amenazando con estallar.

Pero Gavin no se detuvo. "¿Por qué? ¿Por qué me ignoras, si me amas?"

—¡Porque no eres real, maldita sea! —gritó Connor, dando un fuerte golpe al borde de la mesa junto a él, astillando la madera bajo la fuerza de su puño. —¡Y me haces sentir cosas por el real... cosas que no debería sentir! —Con cada palabra, su rabia se intensificaba, volviéndose casi tangible, llenando la habitación con una energía amenazante.

La risa de Gavin resonó en su cabeza, una risa vacía, burlona, que parecía rebotar en las paredes de su mente. —¿No vas a decir nada al respecto? ¡Maldita alucinación! —Connor gritó de nuevo, su voz cargada de desesperación y odio, mientras lanzaba una lámpara al suelo, destrozándola en mil pedazos.

De repente, la puerta de la habitación se abrió, y Hank entró con una expresión de horror absoluto al ver el estado en el que estaba Connor. —¿¡Estás bien, Connor?! ¡Te oí gritar desde la cocina! —preguntó Hank, su voz temblando por la preocupación, pero también por el miedo.

Connor se giró hacia él, su rostro desfigurado por la furia. —¡Toca la maldita puerta antes de entrar! —rugió, sus ojos clavándose en Hank con una intensidad casi homicida. Su LED brillaba en un rojo tan intenso que iluminaba su rostro, creando sombras distorsionadas y aterradoras.

Hank se quedó congelado, asombrado por la explosión de violencia de Connor. Nunca antes lo había visto tan fuera de control, tan consumido por su ira. —Yo... en serio, perdón, te daré privacidad, hijo... —tartamudeó Hank, retrocediendo lentamente, cerrando la puerta con cuidado como si temiera que cualquier movimiento brusco desencadenara algo peor.

Hank nunca había lidiado con un hijo adolescente; su propio hijo, Cole, había muerto antes de llegar a esa edad. Connor, a pesar de ser un androide que se mostraba como un adulto, tenía momentos en los que se comportaba como un niño, y eso Hank lo entendía. Pero un adolescente... eso era un territorio desconocido para él. Decidió que lo mejor sería darle su espacio, dejar que Connor navegara por esa tormenta interna por su cuenta.

Cuando Hank finalmente salió, Connor volvió a perder el control. Comenzó a lanzar cualquier cosa que encontraba a su paso —libros, adornos, incluso la silla— contra las paredes, destrozándolas con una furia ciega. —¡Púdrete, Gavin! ¡Púdrete! —gritaba, su voz rasgada, casi animal, mientras continuaba su violento arrebato.

"¡Te pudrirás conmigo!" Gimió la voz de Gavin, ahora llena de una lujuria pura, disfrutando de la destrucción que había provocado. "Estaremos juntos por siempre."

Connor se quedó inmóvil por un momento, su respiración entrecortada, su cuerpo temblando por la adrenalina. —Púdrete... eres malo... —murmuró, aunque en su tono había más frustración que convicción.

"Soy malo, pero me amas, ¿verdad, Conny?" La voz de Gavin era un veneno dulce, impregnada de un deseo que Connor no podía negar. En lugar de calmarse, la declaración solo avivó más su ira.

Connor no se reconocía a sí mismo. No entendía cómo Gavin podía haberlo llevado a este punto, cómo podía haber desatado esa parte de él que apenas sabía que existía. Pero antes de que pudiera procesarlo, el LED en su sien cambió abruptamente a un azul frío y calculador, su mente regresando a un estado más lógico, aunque igualmente perturbado.

Fue entonces cuando lo vio: su teléfono brillando con una luz blanca desde la mesita de noche, el nombre de GAVIN parpadeando en la pantalla. Sin pensar, sin siquiera cuestionar lo que estaba haciendo, Connor agarró el dispositivo con una mano temblorosa y abrió el mensaje.

Gavin
Tenemos que hablar

El teléfono casi resbaló de sus manos, su cuerpo entero sacudido por un temblor involuntario. Cada fibra de su ser gritaba que lo tirara, que lo aplastara, que destruyera la única conexión que tenía con esa figura que lo estaba volviendo loco. Pero no podía. En lo más profundo de su mente, sabía que no podría escapar tan fácilmente. Gavin lo había atrapado, lo había arrastrado a un abismo del que no había vuelta atrás.

Con el corazón aún latiendo con fuerza , Connor se quedó mirando el mensaje, sabiendo que no importaba lo que hiciera, la sombra de Gavin nunca lo dejaría en paz.

MiseriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora