"Todos los niños crecen, menos uno" rezaba la primera página de su libro favorito, aquél que con tanta curiosidad leía como si fuera la primera vez que lo tenía en sus manos. Peter Pan era su cuento favorito, le encantaba imaginar las aventuras sobre el niño que no crecía, aquellas que no se plasmaban en el libro.
Cuando era niña jugaba a que Peter era su amigo y así no se sentía tan sola en la escuela, a veces, ella misma lo era. En su casa, sus mascotas eran el equivalente a Los Niños Perdídos. También se imaginaba con su propia Campanilla, un hada brillante que podría hacerle volar.
Tal y como en el cuento, ella no quería crecer. Pero, las cosas no son como uno quiere y, el tiempo pasa, los niños crecen, convirtiéndose en adultos.
Los pensamientos felices son cada vez menos brillantes y más difíciles de obtener, volar ya no sería algo que pudiera hacer, estaba atrapada en el mundo real, lejos del País de Nunca Jámás, en un cuento de hadas quebrado. Un cuento que no era cuento y mucho menos una historia de fantasía, más bien una pesadilla.
Ella no era Peter Pan, ella era una niña que no quería crecer y una adulta que quería morir.