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Advertencias: este capítulo no está revisado. Tiene inexactitudes históricas que intenté camuflar para que la lectura fuera más sencilla (porque estudiarme tan solo la guerra de los 100 años es todo un caso). Por último, no veremos mucho (o nada) de Alejandro aquí, pero si de alguien más que pasó por lo mismo.

Disfruten.

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 “Vaya, Arthur Kirkland…

Lo has vuelto a hacer.”

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Los primeros indicios de la enfermedad del desamor ya estaban grabados desde antes de su nacimiento. La primera vez que escuchó de ello fue por un anciano que solía visitarlo, llenándose de curiosidad por las anécdotas que le contaba tal cuál cuentos fueran.
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«Una jóven hermosa y delicada. Difícil fue descubrir si los pétalos de su boca eran rojos por su naturaleza o por la sangre que lo acompañaba.»
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Eran contadas las veces que una persona presentaba tales condiciones, pues la tríada de síntomas no permitirá identificarlos correctamente: tos incontrolable; dolor opresivo, agudo y persistente; hemoptisis en los casos más graves. Si el control no era llevado, la persona se asfixiaría por una rama llena de espinas que atravesaría desde su boca hasta sus bronquios, incapacitando y conllevando al estadio final de la muerte.
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Una muerte lenta, agonizante, dolorosa.
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Su primer contacto fue duro de encarar: Galia —la misma, antigua, representación— tenía manchas de sangre en su rostro cuando la encontró en una tarde de ocio, con pétalos blancos pegados en la comisura de sus labios. La expresión en su rostro es un recuerdo difícil de olvidar.
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( Galia había tomado su rostro entre sus manos entintadas de carmesí justo después de haber quitado los rastros de pétalos de su rostro; Ella murmuró cosas, desesperantes, algo que su galés no reconoció por completo, pero estaba seguro que todo se trataba de olvidar tal escena y hacerle de la vista gorda a una situación aterradora como esa).
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( Galia nunca le dijo quién fue. Era obvio que se lo llevaría consigo, incluso si la respuesta era obvia).
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( Pero Galia no murió siquiera por ello. Ella simplemente… desapareció, cómo lo hizo Germania. O Roma. O cómo todos aquellos que alguna vez existieron).
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El primer contacto fue traumatizante hasta cierto punto. Tuvo pesadillas y escuchar a Galia llorar durante días, ahogándose, era aterrador. En ese entonces no tenía suficiente conocimiento de lo que conllevaba su existencia, y solo fue hasta unas décadas más tarde que comprendió lo que su cuerpo significaba, al igual que la gente o la tierra que Galia (y, en parte, Roma) había dejado detrás de su imperio.
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La enfermedad del desamor se quedó como un mito o una leyenda entre la gente. Los registros se borraron junto a Alejandría y lo poco que quedó no fue suficiente para que los más expertos de cada época consideraran tal padecimiento como real.
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⏰ Última actualización: Jul 14 ⏰

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pétalos anaranjados ❀ Latín Hetalia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora