SISU

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Busqué a mi hermana por todos lados. Vulneré mi seguridad, salud y libertad por meterme a lugares en los que nadie me había llamado. Trate de todas las maneras, con todos los sobornos posibles y con todas las actitudes posibles el que la policía federal me ayudara a buscar a mi hermana, sin embargo, una noche cuando volvía de la casa de la señora Carmen, unos hombres de negro me obligaron a entrar a una camioneta blanca. 

Todo estaba oscuro, no podía ver sus rostros y solo sentí como me agarraban de las manos, como me tapaban la boca y como me apuntaban con un arma en la nuca. Todavía recuerdo friamente las palabras que me dijeron y me susurraron al oído. Mi corazón estaba al mil por ciento. Mi respiración estaba siendo agitada y trataba se zafarme. 

No cruzamos ni dos cuadras y ya me habían bajado. Como un adolescente de quince años, me cagué de miedo y comencé a llorar. Pensé en ir a mi casa, pero no. Sabía que ellos me iban a perseguir, así que, preferí en ir a la casa de mi amigo, Santi. 

. . . 

Días después de la tragedia. 

Todavía en mi cabeza resonaban las caras tristes y asustadas de esas dos niñas. Quería hablarle a Roberto, pero no formulaba el cómo. Me sentía horriblemente culpable. Sabía lo que le habían hecho a esa niña. No sé qué sucedió con la mayor, pero a la niña la vendieron, creo que a un gobernador. 

Quería pedirle disculpas de todas las maneras posibles. Él faltó al menos una semana, si no es que más. Cuando regresó a la escuela, no podía mirarlo a los ojos. Toda esa mañana estuve evitándolo. Si mis amigos querían molestarlo, simplemente me alejaba y no los oía. Me sentía en deuda con él, como si fuera responsable. Quería hacer algo para dejar de sentir ese sentimiento de culpa del cual era preso.

Cuando llegó recreo, mis compañeros estaban hablando de cosas burdas en el centro del patio, mientras que, constantemente observaba como Rober estaba solo en una banca con la cabeza reposada en la mesa. 

Poco apoco me fui alejando más y más de mis amigos hasta topar "casualmente" con su mesa. 

- ¡Ah! Discúlpame, no te vi.

Él me miró y rápidamente se exaltó. Mire sus ojos más abiertos que nunca, pero rojizos e hinchados, dando señales de que lloro. 

- Tranquilo, no te hare nada.

No sé muy bien como lo hice, pero cuando me senté con él, rápidamente se alejó de mí. Me sentí algo apenado, pero más que nada sentía como un nudo se hacía en mi garganta. 

- ¿Qué pasa? 

- ¿Que pasa de qué? 

- Si, ¿Porque los ojos rojos? 

- Ah, no. Por nada. Una alergia, nada más.

Lo miré por unos segundos. Vi como mis amigos se iban a cercando a nosotros. Lo agarré y lo llevé a un salón. 

Ahí, estuvimos conversando todo el receso. En un punto, lloró enfrente mío, y me dolió ver su estado tan vulnerable. Solté un par de lágrimas y lo abracé como pude. Algunas veces agachaba la cabeza por vergüenza. 

𝗞𝗼𝗺𝗼𝗿𝗲𝗯𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora