18| Conocer sobre amor

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EN cuanto el sol asomó sobre las verdes colinas de Edimburgo, Naruto se dio la vuelta en la amplia cama de sauce y alargó el brazo buscando a Hinata

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EN cuanto el sol asomó sobre las verdes colinas de Edimburgo, Naruto se dio la vuelta en la amplia cama de sauce y alargó el brazo buscando a Hinata. 

Cuando encontró su cadera, sonrió y empezó a acariciarla. Le encantaba despertarse a su lado por las mañanas. Aunque en realidad ésa era la primera mañana que lo había conseguido. Hinata solía levantarse con las gallinas y Naruto estaba acostumbrado a los horarios de la capital.

Sin abrir los ojos, Hinata se volvió hacia él y le puso una mano sobre el corazón. Su mata de pelo, alborotada después de dormir, le ocultaba la cara. Naruto se lo apartó con delicadeza y le acarició la nariz. Hinata la encogió y le dedicó una sonrisa soñolienta.

Volviendo a tumbarse de espaldas, se desperezó estirando los brazos.

—¿Ya es hora de levantarse? —le preguntó.

—No —respondió Naruto, desabrochándole el camisón—. Tenemos tiempo —añadió, inclinándose sobre ella y besándola cada vez que un botón dejaba parte de su piel al descubierto.

Se detuvo al oír pasos que se acercaban. Pasos ligeros, femeninos. Pasos de bruja. Con un gruñido de resignación, apoyó la cabeza en el vientre de su esposa.

—Moegi está aquí —murmuró contra su piel.

Hinata se echó a reír y su vientre se onduló bajo la cabeza de Naruto.

—¿Ya estás oyendo cosas?

—Llamará a la puerta en tres segundos, dos, uno... —susurró, contando con los dedos. Alguien llamó suavemente a la puerta. Hinata salió de debajo de Naruto y se levantó, abrochándose el camisón.

—No creo que llegue a acostumbrarme a tu agudo sentido del oído —le dijo, riéndose, mientras se dirigía hacia la puerta.

—Bueno, yo nunca me acostumbraré a que formes parte de un aquelarre, así que estamos en paz.

—¡Te he oído!

—Por supuesto —replicó él, con una sonrisa.

Naruto se lavó y se vistió rápidamente mientras Hinata hablaba con su amiga en la cocina. Cuando volvió a entrar en la habitación, estaba tan guapa con el camisón de volantes y su cabello suelto en toda su gloria, que Naruto se quedó inmóvil, contemplándola. 

Se preguntó qué aspecto tendría al cabo de cincuenta años y no le cupo ninguna duda: seguiría siendo preciosa.

—¿Ha llegado Menma?

Hinata asintió.

—¿Por qué otra razón iba a venir Moegi? No sé qué voy a hacer con ella.

—Pues yo sí puedo decirte lo que Menma haría, así que mantenla apartada de mi hermano, amor mío —le advirtió, dándole un beso en la coronilla antes de dirigirse hacia el pesado baúl de ropa de Hinata y levantándolo sin ningún esfuerzo.

El Encanto de un LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora