14| Arreglo

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NARUTO se estiró todo lo que pudo, teniendo en cuenta las pequeñas dimensiones de la cama

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NARUTO se estiró todo lo que pudo, teniendo en cuenta las pequeñas dimensiones de la cama. Los pies le colgaban. Cuando la cabeza le chocó contra el cabecero, gruñó y miró a su alrededor. 

Si seguía durmiendo en casa de Hinata, iba a tener que comprar una cama a la medida de un licántropo adulto. Hasta un hombre corriente habría estado incómodo en la actual, que tenía la medida necesaria para que ella durmiera cómoda, siempre que no estuviera acompañada.

Sonrió lentamente al recordar cómo había logrado encontrar la postura ideal para dormir la noche anterior. Primero había acercado la espalda de Hinata a sus caderas, pero su precioso trasero lo había provocado, impidiéndole conciliar el sueño. 

Después, habían probado a dormir cara a cara, pero los pezones de Hinata le habían hecho cosquillas en el pecho. Finalmente, la había colocado sobre su cuerpo y se había deslizado en su interior. Cuando los dos hubieron alcanzado el éxtasis, se durmieron en esa posición, con la mejilla de Hinata apoyada sobre su corazón y su cabello cubriéndolos como una manta.

Le encantaría dormir así con ella durante el resto de su vida, aunque estarían mucho más cómodos en una cama más ancha. Lo añadió a la lista de cosas pendientes, justo después de «instalar postigos en las ventanas».

La habitación estaba bañada por la impertinente luz del sol, esa que te obliga a levantarte aunque no tengas ganas. Naruto se volvió de lado y se agarró al borde de la cama para no caerse. Con la sábana cubriéndole apenas las caderas, apoyó el codo en la almohada y la cabeza en la palma de la mano.

—Hinata —llamó. Su saludo fue recibido con un estrépito de ollas y sartenes. Gruñó antes de insistir—: ¡Hinata! —El ruido de cacharros se detuvo en seco.

Pero fue Moegi la que asomó la cabeza por la puerta del dormitorio.

—¿Bramaba el señor? —preguntó la joven bruja con descaro, aunque en seguida se retiró al darse cuenta de que estaba desnudo. Su exclamación puso a Naruto en movimiento.

—¿Nadie enseña a las brujas que es de mala educación interrumpir a los recién casados? —preguntó, poniéndose los pantalones y luego la camisa, con tanta fuerza que ésta se rasgó por una costura. 

Volvió a gruñir. Entre las manchas de hierba y las lágrimas, su ayuda de cámara iba a cortarle la cabeza cuando viera el estado de su guardarropa.

—¿Y nadie te ha enseñado a ti que es de mala educación llamar a una mujer estando desnudo? —contraatacó Moegi.

—No estaba llamando a una mujer. Estaba llamando a mi esposa —respondió él. Y bajando la voz añadió—: Pensando que se alegraría al verme desnudo. —Desnudo y listo para la batalla—. ¿Qué haces en la cocina, Moegi? ¿Dónde está Hinata? —preguntó, poniéndose un calcetín y asomando la cabeza por la puerta.

—Ni se te ocurra salir hasta que no estés correctamente vestido —lo amenazó ella, apuntándolo con una cuchara.

—¿Qué haces? —quiso saber Naruto, acabando de ponerse el otro calcetín y entrando en la cocina sin calzarse. Se sirvió agua para el té y observó asombrado el espectáculo. 

El Encanto de un LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora