Son las seis de la mañana y ya no aguanto más en la cama, apenas duermo desde aquella noche, cierro los ojos y siento el vaivén de la mesa, produciéndome arcadas.
Vuelvo a vestirme con el bañador negro, necesito ir a nadar para aplacar mi mente. Es lo único que me calma la ansiedad, eso y el maldito ejecutor, su presencia me transmite una paz extraña que me calma los nervios.
Debo de estar loca, ese hombre es salvaje y brutal, se gana la vida con la violencia pero yo me comporto como un gatito entre sus manos, ronroneando y deseosa de sus caricias. Si, definitivamente debo de estar mal de la cabeza.
Termino de cubrir mi cuerpo con un kimono de verano y bajo la escalera descalza, directa a la cocina para hacerme un café. A estas horas la casa está desierta. El servicio no empieza a trabajar hasta las ocho, y es mi hora preferida del día. Agradezco tener la casa para mi sola, el abuelo también se levanta tarde y sus guardias están fuera patrullando.
Camino en la oscuridad y los pensamientos intrusivos vuelven a golpearme la mente, humedeciendo mis ojos y removiendo sentimientos enterrados.
Abro la nevera para coger la leche y me dirijo al armario de las tazas mientras enciendo la cafetera, pero me sorprende, ya está operativa, dudo durante unos segundos pero tal vez la cocinera la dejó olvidada.
Limpio una lágrima suelta con el dorso de mi mano mientras intento llegar a una taza del estante superior, mis preferidas siempre las guardan lo más arriba posible, parece que lo hacen a propósito, pero joder, no alcanzo. Me pongo de puntillas y rozo la porcelana con la punta de los dedos, perdiendo el equilibrio, maldita sea.
De pronto siento su presencia en mi espalda, como un depredador silencioso se ha acercado a mí sin que lo oyera. No necesito preguntar quién es, su aroma lo delata, huele a madera, profundo y cálido.
Me sujeta contra su cuerpo para que no me caiga, rodeando mi cintura con su antebrazo, que aprieto con mis dedos, clavando mis uñas. Su calor me quema la piel, y un jadeo escapa de mi garganta cuando su mano se posa en mi estómago, rozando la parte inferior de mi pecho. Me entrega la taza sin esfuerzo, alargando el brazo por encima de mi cabeza, imponiéndose por su altura.
Tras un segundo se separa de mí cómo ha llegado, en silencio y se sienta en un taburete de la isla de la cocina. Dejándome aturdida mientras observo su caminar y la seguridad con la que se mueve, como si el mundo fuera suyo.
—¿Cómo estás? —su voz ronca me saca de mis pensamientos.
—Bueno...he tenido noches mejores.
—Es temprano, ¿vas a ir a nadar? —me señala con la cabeza mientras bebe su café.
Asiento.
—Y ¿tu? ¿Qué haces levantado?¿O no te has acostado todavía? —su ropa, es la misma que la de la noche anterior.
ESTÁS LEYENDO
Una Joven Tentación (+18)
Romance¿Que harías si te enamoras del hombre encargado de protegerte?