Despertar es un proceso tortuoso. Cada inhalación es un esfuerzo. Cada latido de mi corazón retumba en mi pecho como un eco lejano. La luz entra por las rendijas de la habitación, y mi cuerpo responde lentamente, como si fuera ajeno, como si mi mente aún estuviera atrapada en un sueño del que no puedo despertar.
La bruma del dolor me consume, las sombras se deslizan a mi alrededor, pero lo que más me duele no es el cuerpo, no son las heridas que me han llevado a este estado de inconsciencia. Lo que me destroza es la sensación de vacío. Como si algo dentro de mí se hubiera roto, como si una parte vital de mí hubiera desaparecido.
Mis ojos se abren con dificultad, como si algo me empujara hacia la luz pero no estuviera preparado para ello. El hospital me recibe con su olor a desinfectante, el pitido lejano de una máquina de monitoreo, pero a pesar de todo esto, hay algo más: una presencia.
La respiración me cuesta, como si cada inhalación fuera un desafío. Mis músculos están tensos, mis huesos duelen, y mis ojos siguen enfocándose lentamente, absorbiendo la habitación en su totalidad. La angustia me consume. La confusión me consume. Y entonces, la veo.
—Marco, ¿Cómo te sientes? —el sonido de su voz resuena en mis oídos.
Ella me habla, y su voz se cuela a través de mis pensamientos como una melodía suave, pero cargada de desesperación.
Sus ojos están fijos en mí, como si me estuviera esperando, el cabello oscuro, revuelto y salvaje se desparrama sobre sus hombros y me dan ganas de alzar la mano y entrelazarlo por mis dedos. Pero por alguna razón, su presencia me paraliza.
Me invade una sensación extraña cuando su mano se aprieta sobre la mía, cálida y suave sobre mi piel. No puedo identificarla, y sus ojos me miran con una intensidad que no puedo ignorar, esperando una respuesta a su pregunta.
Pero hay algo en su mirada, algo que me traspasa, y no logro identificar qué es.
—¿Quién eres? —mi voz es apenas un susurro, mis labios están secos, mi garganta rota, y la pregunta sale de mí sin filtro.
Estoy completamente perdido.
Y lo peor es que, aunque no la reconozco, la veo tan profundamente afectada, tan sumida en un dolor que ni siquiera puedo entender. Y eso me destroza. No entiendo por qué ella está tan afectada por mí, pero la angustia que veo en sus ojos me arrastra.
—Soy Valentina —sus palabras son como un eco lejano, pero nada cambia dentro de mí.
El nombre no me dice nada.
Nada.
Pero ella sigue mirándome, como si cada palabra que saliera de mi boca fuera la respuesta que tanto esperaba.
Mi mente sigue vacía, pero algo en mi interior se revuelca, como si me estuviera gritando que esta mujer significa algo para mí. Y, aun así, la sensación de no reconocerla me consume.
ESTÁS LEYENDO
Una Joven Tentación (+18)
Romance¿Que harías si te enamoras del hombre encargado de protegerte?