10 - Valentina

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Ha pasado una semana desde que fui al hospital a ver a Nico, no me dejan volver a verlo pero me han dicho que su lesión en la mano no era tan grave como se pensaba, con rehabilitación recuperará totalmente la movilidad y me alivia el peso de la culpa

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Ha pasado una semana desde que fui al hospital a ver a Nico, no me dejan volver a verlo pero me han dicho que su lesión en la mano no era tan grave como se pensaba, con rehabilitación recuperará totalmente la movilidad y me alivia el peso de la culpa.

Al ejecutor tampoco lo he visto desde entonces, y me da la sensación de que me evita. Pero a pesar de ocupar gran parte del tiempo de mis pensamientos, he logrado concentrarme lo suficiente como para organizarme la semana de exámenes. Es casi la hora de cenar, ya ha anochecido y la casa está demasiado tranquila.

Un estruendo me sobresalta, disparos y gritos, en la planta de abajo.

Me incorporo asustada, con el corazón martillando en mi pecho. Se oyen varias voces gritando y más disparos que me hacen reaccionar, calzándome unas zapatillas de deporte.

Escucho a través de la puerta pero solo oigo el ajetreo de los hombres de mi abuelo, parece que lo tienen bajo control. Asomo la cabeza por la puerta, y no hay nadie en el pasillo. Todo el alboroto está en la planta inferior. Oigo que alguien grita que llamen al médico y no es mi abuelo el que lo hace, eso me asusta, me aterra y salgo disparada hacia su despacho.

Me importa una mierda estar en peligro, me importa una mierda que puedan herirme por ser una imprudente, necesito saber que mi abuelo sigue con vida.

Paso corriendo entre hombres armados, están en toda la casa, en cada esquina y en cada centímetro del perímetro, los perros ladran en el exterior y se respira olor a pólvora.

Patino antes de llegar a su despacho agarrándome al marco de la puerta, y lo veo sentado en su sillón con el teléfono en la mano. Doy un gran suspiro, quitándome años de encima. Me llevo una mano al corazón para intentar calmarlo pero es inútil, estoy acalorada, sofocada por la carrera y la preocupación.

Cuando reviso la estancia me fijo que los hombres de máxima confianza de mi abuelo están sentados uno en cada esquina, custodiados y desarmados, guardando silencio.

Me asusto al ver un cadáver en una silla, no por el hecho de estar muerto, sino por su cara desfigurada a golpes, no queda nada reconocible en él. ¿Que ha pasado aquí?

Y de pie detrás del muerto está él, el ejecutor de mi abuelo tiene la camisa manchada de sangre y su cara refleja dolor y determinación. Aún tiene el arma sujeta entre sus manos, cruzadas delante de su cuerpo, y la sangre recorre su brazo, goteando el suelo y manchando la moqueta. Siento lastima por la persona que tenga que limpiar la sangre seca.

Me mira y sus ojos son dos brasas que se caldean al verme. Salgo corriendo hasta él, su cuerpo ni se inmuta, mantiene su pose de soldado mientras intento abrir su camisa pero su mano agarra mi muñeca y me roza con su pulgar en una sutil caricia.

–Estás perdiendo mucha sangre —intento taponar sus heridas con su propia camisa, manchando mis manos, pero no funciona, necesita suturas, no me da miedo ni asco, he cosido más heridas de bala que mis profesores de universidad, pero no tengo mi instrumentación a mano.

Una Joven Tentación (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora