Intercambio de cuerpos

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Después de poseer el cuerpo de Carmela, un abanico de posibilidades se abrió ante mí. Las cosas que podría hacer con el anillo hacían que mi imaginación volara por los cielos. "Este anillo podría ser peligroso en manos equivocadas. Lo bueno es que está en las mías", pensé con una sonrisa. Claro que no haría buen uso de este poder. Ahora tenía una forma de divertirme y de tocar el cuerpo de una mujer cuanto quisiera sin consecuencia alguna.

Al día siguiente, me preguntaba quién sería mi próxima víctima. Miré diferentes opciones: muchas de mis compañeras y chicas de la escuela estaban bastante bien, pero todavía no me decidía hasta que llegó la candidata perfecta. La profesora Miranda entró al salón de clases. Ella era mi profesora de Matemáticas, la razón por la que ponía atención en esta clase. Una señora ya madura, pero que estaba bastante buena. Decidí que ella sería mi siguiente objetivo.

Pedí permiso para ir al baño y así ejecutar mi plan. Tenía el anillo guardado en mi bolsillo. El otro día, cuando regresé a mi cuerpo, me lo pude quitar sin mayor complicación o sin que sucediera algo más. Todavía no sabía bien cómo funcionaba el anillo, pero lo averiguaría. Me lo puse y la magia surgió de nuevo. Salí de mi cuerpo y estaba de nuevo en mi forma astral. Me dirigí al salón en esta forma y empecé a experimentar. No quería que la profesora se desmayara en medio de la clase, así que intenté poseerla sin haber extraído su alma al anillo.

Como el día anterior, fui expulsado del cuerpo varias veces. La profesora al parecer notaba una especie de escalofrío al cual no le dio mayor importancia. Mi teoría era que no podía haber dos almas en un mismo cuerpo; por eso el cuerpo tenía que estar vacío para poder poseerlo. Esto resultaba un tanto inconveniente. El anillo brillaba de nuevo y, en eso, se me ocurrió algo. Fui otra vez a intentarlo, pero antes de ser expulsado nuevamente, apreté el puño y el anillo hizo lo suyo.

La profesora se tambaleó de un lado a otro, sintiéndose mareada, como si fuera a desmayarse, y finalmente perdió el conocimiento, pero su cuerpo no cayó al suelo. Ahora yo estaba viendo a través de sus ojos.

"¿Profa, se encuentra bien?" dijo uno de los alumnos.

"Eh... sí, sí, estoy bien. Solo un pequeño mareo", dije con algo de nerviosismo. Esto era genial. Mi plan había funcionado y ahora era la profesora Miranda. Inspeccioné mi nueva mano y, como lo supuse, el anillo se había vuelto a materializar junto conmigo.

"Bien, chicos, la verdad es que me duele mucho la cabeza, así que dejemos la clase por hoy", dije para poder irme de una vez. Los chicos estaban contentos porque no habría clase. Todavía faltaba tiempo para que la hora de salida llegara, así que cuanto antes me dirigí al baño a recoger mi propio cuerpo.

Tratando de ser lo más sigiloso posible, crucé por los pasillos de la escuela para que nadie me cuestionara nada. Tener tacones puestos no ayudaba mucho y ciertamente hacían que me desequilibrara. Con suerte, llegué al estacionamiento y me dirigí al auto de la profesora.

"Por Dios, mi propio cuerpo sí que pesa. Lo bueno es que ya estoy aquí", dije mientras acomodaba mi cuerpo en la cajuela y la cerraba. Me dirigí al asiento del conductor y me vi en el espejo retrovisor. "Vaya, esto es raro", murmuré, admirando el rostro de la profesora Miranda reflejado en el espejo.

Prendí el coche, listo para irme, pero había un problema: no sabía dónde vivía la profesora. Empecé a buscar en el carro algo que me diera alguna pista y, por suerte, encontré un recibo de luz que indicaba la dirección de su domicilio. "Eureka, bueno, allá vamos".

Tras casi chocar más de cinco veces, logré llegar a la casa de la profesora. Tomé sus llaves y, con temor, me adentré en su domicilio.

"¡HOLAAA, YA LLEGUÉ!" Nadie me respondió. "Esto es un alivio", pensé. "Me preocupaba que la profa viviera con alguien más. Bien, entonces puedo proseguir con lo mío".

PosesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora