Los días siguientes al encuentro fortuito transcurrieron con una extraña mezcla de normalidad y anticipación para Even. Mientras continuaba con su rutina diaria de medicamentos, pinturas y clases en línea, sus pensamientos volvían constantemente a aquel joven de ojos amables que lo había acompañado a casa.
Even se encontró a sí mismo mirando por la ventana más a menudo, preguntándose si volvería a ver a Maikol pasar por la calle. Se reprendía mentalmente por estos pensamientos, recordándose que era poco probable que volvieran a encontrarse.
Fue durante una tarde particularmente soleada cuando Even, sentado frente a su caballete cerca de la ventana abierta, escuchó una voz familiar que lo hizo sobresaltarse.
"¿Even? ¿Eres tú?"
Even se asomó cuidadosamente y vio a Maikol de pie en la acera, mirando hacia su ventana con una sonrisa tímida.
"¡Maikol!" exclamó Even, sorprendido y complacido a partes iguales. "¿Qué haces aquí?"
"Pasaba por aquí y... bueno, quería ver cómo estabas," respondió Maikol, pasándose una mano por el cabello en un gesto nervioso.
Even sintió que su corazón se aceleraba, y no era debido a sus problemas respiratorios. "Estoy bien," dijo, consciente de repente de la mascarilla que llevaba puesta. "¿Y tú? ¿Cómo está tu madre?"
"Igual," respondió Maikol con un leve encogimiento de hombros. "Pero gracias por preguntar."
Se produjo un momento de silencio, ninguno de los dos seguro de cómo proceder.
"¿Te gustaría... te gustaría subir?" preguntó Even finalmente, sorprendiéndose a sí mismo. "Podríamos hablar mejor."
Maikol pareció dudar. "¿Estás seguro? No quiero ponerte en riesgo o molestar a tu familia."
"Está bien," aseguró Even. "Mi madre no está en casa ahora, y tengo todo desinfectado. Además, siempre mantenemos la distancia de seguridad."
Minutos después, Maikol se encontraba en la habitación de Even, manteniendo cuidadosamente la distancia recomendada. Even se sentía extrañamente nervioso y emocionado al mismo tiempo, no acostumbrado a tener visitas en su santuario personal.
"Así que este es tu estudio," comentó Maikol, observando los lienzos y materiales de arte dispersos por la habitación.
"Sí," respondió Even, siguiendo la mirada de Maikol. "Es mi escape, supongo."
Maikol se detuvo frente a un lienzo particularmente llamativo, una explosión de colores que parecía representar un cielo tormentoso. "Es hermoso," dijo con sinceridad. "Realmente tienes talento."
Even sintió que se sonrojaba bajo su mascarilla. "Gracias. Es... es lo único que me mantiene cuerdo a veces."
Maikol asintió comprensivamente. "Te entiendo. Yo solía tocar la guitarra antes de... bueno, antes de que mi madre enfermara. Era mi forma de desconectar."
"¿Ya no tocas?" preguntó Even.
Maikol negó con la cabeza. "No tengo mucho tiempo ahora. Además, no quiero molestar a mi madre con el ruido."
"Podrías tocar aquí," sugirió Even impulsivamente. "Si quieres, claro. Tengo una guitarra que mi padre me regaló pero que nunca aprendí a tocar."
Los ojos de Maikol se iluminaron ante la idea. "¿De verdad? Eso sería genial."
Así comenzó una rutina inesperada. Varias veces a la semana, Maikol visitaba a Even durante las horas en que su padre podía cuidar de su madre. Mantenían la distancia física, pero la distancia emocional entre ellos se acortaba con cada visita.
Even pintaba mientras Maikol tocaba la guitarra, llenando la habitación con melodías suaves que parecían complementar perfectamente los trazos del pincel de Even. Hablaban de sus vidas, de sus sueños postergados, de sus miedos y esperanzas.
"A veces me pregunto cómo sería mi vida si fuera... normal," confesó Even una tarde, mientras daba los últimos toques a un nuevo cuadro.
Maikol dejó de tocar, mirando a Even con una mezcla de comprensión y tristeza. "Yo también me lo pregunto a veces. Pero luego pienso... ¿qué es normal realmente?"
Even sonrió bajo su mascarilla. "Supongo que tienes razón. Aun así, hay días en que desearía poder salir, viajar, conocer gente sin temer constantemente por mi salud."
"Te entiendo," dijo Maikol suavemente. "Yo a veces deseo poder volver a la universidad, tener una vida propia. Pero luego pienso en mi madre y..."
"Y sabes que tu lugar está con ella," completó Even. "Eres una persona increíble, Maikol. Tu madre tiene suerte de tenerte."
Maikol bajó la mirada, visiblemente conmovido. "Gracias, Even. Tú también eres increíble, ¿sabes? La forma en que enfrentas tu situación, cómo sigues creando belleza a pesar de todo... es inspirador."
Se miraron por un momento, un entendimiento silencioso pasando entre ellos. Ambos sentían que habían encontrado en el otro algo que no sabían que necesitaban: alguien que realmente entendía.
Cuando Maikol se fue esa tarde, Even se quedó mirando por la ventana mucho después de que su figura desapareciera en la distancia. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía menos solo, menos aislado del mundo.
Lo que Even no sabía era que Maikol caminaba de regreso a casa con una sonrisa en el rostro y un ligero saltito en su paso, sintiendo que había encontrado un oasis de paz en medio de su agitada vida.
Ninguno de los dos podía imaginar aún cómo esta amistad naciente estaba a punto de florecer en algo mucho más profundo y complicado. Por ahora, se contentaban con la compañía del otro, dos almas solitarias que habían encontrado un inesperado consuelo mutuo.