Cap 2: El deber de Maikol

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El estridente sonido de la alarma arrancó a Maikol de su sueño. Con un gruñido, extendió la mano para silenciarla, sus ojos aún cerrados en un intento fútil de aferrarse a los últimos vestigios del descanso. El reloj marcaba las 5:30 de la mañana, una hora a la que la mayoría de los jóvenes de 20 años aún estarían profundamente dormidos.

Pero Maikol no era como la mayoría de los jóvenes de su edad.

Se incorporó, frotándose los ojos para ahuyentar el sueño. La tenue luz del amanecer apenas comenzaba a filtrarse por la ventana de su pequeña habitación. Con movimientos automáticos, producto de años de rutina, Maikol se levantó y comenzó a prepararse para el día.

Mientras se vestía, su mirada se posó en la fotografía enmarcada en su mesita de noche. En ella, una mujer de mediana edad sonreía a la cámara, sus ojos brillantes y llenos de vida. Maikol tocó suavemente el marco, una mezcla de amor y tristeza reflejándose en su rostro.

"Buenos días, mamá," murmuró.

Salió de su habitación y se dirigió silenciosamente al cuarto contiguo. Abrió la puerta con cuidado, asomándose al interior. Allí, en una cama de hospital adaptada para el hogar, yacía la mujer de la fotografía. Pero ahora su rostro estaba pálido y demacrado, su cuerpo inmóvil excepto por el leve movimiento de su pecho al respirar.

Maikol se acercó, comprobando los monitores y ajustando el goteo de la intravenosa con la habilidad de un profesional. "Buenos días, mamá," dijo en voz baja, inclinándose para besar su frente. "Hoy va a ser un buen día, ya verás."

La mujer no respondió, sumida en el coma que la había mantenido alejada del mundo durante los últimos tres años.

Maikol continuó con su rutina matutina: cambiar las sábanas, bañar a su madre, administrar sus medicamentos. Cada movimiento era preciso, cuidadoso, lleno de un amor y una dedicación que iban más allá del deber filial.

Mientras trabajaba, su mente divagaba hacia los acontecimientos que habían llevado a esta situación. El accidente automovilístico que había dejado a su madre en coma. La decisión de abandonar sus estudios de medicina para cuidarla a tiempo completo. Los interminables días y noches de vigilia, esperando un cambio, una señal, cualquier indicio de que su madre pudiera despertar.

"¿Maikol?" La voz de su padre, Roberto, lo sacó de sus pensamientos. "¿Necesitas ayuda, hijo?"

Maikol se volvió para ver a su padre en la puerta, el cansancio evidente en su rostro a pesar de haber dormido toda la noche. "No, papá, ya casi termino. Tú descansa un poco más antes de ir al trabajo."

Roberto asintió, pero no se movió de la puerta. "Sabes, he estado pensando... tal vez deberíamos considerar la opción de una enfermera a tiempo completo. Tú podrías volver a la universidad, retomar tu vida..."

Maikol negó con la cabeza, interrumpiendo a su padre. "Ya hemos hablado de esto, papá. Estoy bien así. Mamá me necesita."

"Pero hijo, tu madre querría que vivieras tu vida, que persiguieras tus sueños."

"Esto es mi vida ahora, papá," respondió Maikol, su tono suave pero firme. "Y mi sueño es estar aquí cuando mamá despierte."

Roberto suspiró, sabiendo que era inútil discutir. "Está bien, hijo. Pero recuerda que no estás solo en esto, ¿de acuerdo?"

Maikol asintió, agradecido por el apoyo de su padre a pesar de sus desacuerdos.

Una vez que terminó con los cuidados matutinos de su madre, Maikol se dirigió a la cocina para preparar el desayuno. Mientras cocinaba, su mente vagaba hacia la vida que había dejado atrás. Sus estudios de medicina, sus amigos de la universidad, las fiestas y salidas que ahora parecían pertenecer a otra vida.

A veces, en los momentos más oscuros de la noche, se permitía preguntarse cómo sería su vida si las cosas fueran diferentes. ¿Estaría ahora en su tercer año de medicina? ¿Tendría una novia? ¿Estaría planeando viajes y aventuras como otros jóvenes de su edad?

Pero esos pensamientos nunca duraban mucho. Maikol los apartaba, recordándose a sí mismo que su lugar estaba aquí, cuidando de la mujer que le había dado la vida y que lo había criado con tanto amor.

Después del desayuno, mientras su padre se preparaba para ir al trabajo, Maikol se sentó junto a la cama de su madre con un libro en las manos. Era una novela que habían estado leyendo juntos antes del accidente.

"¿Recuerdas dónde nos quedamos, mamá?" preguntó suavemente, abriendo el libro. "Ah, sí, aquí está. Capítulo 15."

Comenzó a leer en voz alta, su voz llenando la habitación con historias de aventuras y romance. A veces, Maikol juraba ver un leve movimiento en los párpados de su madre, un ligero temblor en sus dedos. En esos momentos, su corazón se aceleraba con esperanza, solo para volver a calmarse cuando nada más sucedía.

Las horas pasaron, marcadas por el constante pitido de los monitores y el suave sonido de la voz de Maikol. Cuando finalmente cerró el libro, el sol de la tarde ya se filtraba por las ventanas.

Se levantó, estirando sus músculos entumecidos. "Voy a salir un momento a comprar algunas cosas, mamá," dijo, inclinándose para besar su mejilla. "Volveré pronto, lo prometo."

Mientras se preparaba para salir, Maikol no podía saber que este simple viaje a la tienda estaba a punto de cambiar su vida para siempre. No podía imaginar que, en algún lugar de la ciudad, un joven llamado Even estaba pintando en su habitación aislada, ajeno a cómo sus destinos estaban a punto de entrelazarse.

Por ahora, Maikol simplemente tomó sus llaves y su billetera, su mente ocupada con la lista de compras y la preocupación constante por su madre. Salió de la casa, cerrando la puerta tras de sí, sin saber que estaba dando el primer paso hacia una aventura que desafiaría todo lo que creía saber sobre el amor, el deber y el sacrificio.

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