Cap 3: Un encuentro fortuito

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El sol de la tarde bañaba las calles de la ciudad con una luz dorada cuando Maikol salió de la farmacia, una bolsa de medicamentos en una mano y una lista mental de los víveres que aún necesitaba comprar. Caminaba con paso firme, su mente dividida entre la preocupación por su madre y la planificación de las tareas pendientes.

Tan absorto estaba en sus pensamientos que no notó al joven que salía apresuradamente de la tienda de arte hasta que fue demasiado tarde. El choque fue inevitable.

"¡Lo siento!" exclamaron ambos al unísono, mientras Maikol se agachaba instintivamente para recoger los tubos de pintura y pinceles que habían caído al suelo.

Fue entonces cuando Maikol lo vio realmente por primera vez. El joven, de complexión delgada y piel pálida, llevaba una mascarilla que cubría la mitad de su rostro, pero sus ojos... sus ojos eran de un azul intenso que parecía contener todo un universo.

"No te preocupes, fue mi culpa," dijo Maikol, entregándole los materiales de arte. "Estaba distraído."

El joven tomó sus cosas con manos temblorosas. "Gracias," murmuró, su voz apenas audible a través de la mascarilla. "Yo también estaba distraído."

Hubo un momento de silencio incómodo, durante el cual Maikol no pudo evitar notar la forma en que el joven mantenía una distancia cuidadosa, como si temiera acercarse demasiado.

"Soy Maikol," se presentó, ofreciendo una sonrisa amistosa.

El joven pareció dudar por un momento antes de responder. "Even," dijo finalmente. "Me llamo Even."

Maikol estaba a punto de decir algo más cuando notó que Even comenzaba a respirar con dificultad, su pecho subiendo y bajando rápidamente.

"¿Estás bien?" preguntó Maikol, su instinto de cuidador activándose inmediatamente.

Even asintió, pero su mano se dirigió a su bolsillo, sacando un inhalador. Tomó una inhalación profunda, cerrando los ojos por un momento.

"Lo siento," dijo Even una vez que su respiración se normalizó. "Tengo... problemas respiratorios. Normalmente no salgo, pero necesitaba estos suministros urgentemente."

Maikol asintió, su mente médica analizando rápidamente la situación. "¿Necesitas sentarte? Hay un banco justo allí."

Even negó con la cabeza. "No, estoy bien. Debería volver a casa."

"¿Vives cerca?" preguntó Maikol, sin poder evitar sentirse preocupado por este extraño.

"A unas cuadras," respondió Even, señalando vagamente en una dirección.

Maikol dudó por un momento, debatiéndose internamente. Por un lado, sentía la necesidad de asegurarse de que Even llegara a casa seguro. Por otro, sabía que no debía retrasar demasiado su regreso a casa, donde su madre lo esperaba.

"¿Te importaría si te acompaño?" ofreció finalmente. "Solo para asegurarme de que llegues bien."

Los ojos de Even se abrieron con sorpresa. "No es necesario, de verdad. No quiero ser una molestia."

"No es molestia," insistió Maikol con una sonrisa. "Además, me queda de camino."

Even pareció considerar la oferta por un momento antes de asentir lentamente. "Está bien, gracias."

Comenzaron a caminar juntos, manteniendo una distancia prudente. Maikol notó cómo Even parecía estar constantemente alerta, evitando cuidadosamente a otros peatones.

"Entonces, ¿eres artista?" preguntó Maikol, señalando los materiales de arte que Even llevaba.

Even asintió. "Pinto. Es... es lo único que puedo hacer realmente, estando en casa todo el tiempo."

"Debe ser difícil," comentó Maikol suavemente.

"Lo es," admitió Even. "Pero supongo que uno se acostumbra. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas?"

Maikol dudó por un momento. "Actualmente, cuido de mi madre. Está... está enferma."

Los ojos de Even se suavizaron con comprensión. "Lo siento. Debe ser duro."

"Lo es," repitió Maikol las palabras de Even. "Pero como dijiste, uno se acostumbra."

Continuaron caminando en un silencio cómodo, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Maikol no pudo evitar sentir una extraña conexión con este joven que, como él, vivía una vida limitada por circunstancias fuera de su control.

Finalmente, llegaron a una casa de dos pisos con un pequeño jardín en el frente.

"Es aquí," dijo Even, deteniéndose. "Gracias por acompañarme."

"No hay de qué," respondió Maikol. "Me alegro de que hayas llegado bien."

Hubo un momento de duda, como si ninguno de los dos quisiera que el encuentro terminara.

"Yo..." comenzó Even, pero fue interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose.

"¡Even!" Una mujer salió apresuradamente de la casa. "¿Dónde has estado? Estábamos preocupados."

"Lo siento, mamá," dijo Even. "Me retrasé un poco."

La mujer notó entonces la presencia de Maikol y lo miró con una mezcla de sorpresa y preocupación.

"Él me ayudó a llegar a casa," explicó Even rápidamente.

"Oh," dijo la mujer, relajándose un poco. "Gracias, joven."

Maikol asintió cortésmente. "No fue nada, señora. Me alegro de haber podido ayudar."

Even miró a Maikol una última vez. "Gracias de nuevo, Maikol."

"Cuídate, Even," respondió Maikol, sintiendo una extraña renuencia a marcharse.

Mientras se alejaba, Maikol no pudo evitar mirar hacia atrás. Vio a Even entrar a la casa, su madre rodeándolo protectoramente con un brazo. Por un momento, sus miradas se cruzaron una vez más, y Maikol sintió algo que no pudo explicar, una sensación de que este encuentro fortuito era el comienzo de algo más grande.

Sacudiendo la cabeza para aclarar sus pensamientos, Maikol retomó su camino hacia el supermercado. Tenía que darse prisa; su madre lo esperaba en casa. Sin embargo, mientras caminaba, no pudo evitar que sus pensamientos volvieran una y otra vez a esos ojos azules que parecían contener todo un universo.

Lo que Maikol no sabía era que, en ese mismo momento, Even estaba de pie junto a la ventana de su habitación, observándolo alejarse, sintiendo también que algo había cambiado irrevocablemente en su mundo cuidadosamente controlado.

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