Prólogo

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A Pedro nunca le había gustado la noche.

Es que simplemente no le encontraba el atractivo, de día pues, las cosas eran distintas ¿verdad?, uno tenía el solecito encima.

Detestaba el insomnio.

Observaba el techo lizo de su habitación, bañado por las luces azules y rojas provenientes del letrero del bar de mala muerte frente a su departamento.

El estrés le había estado cobrando factura últimamente. Se levantó fastidiado, arrojando con desdén las sábanas blancas sobre el.
Dos semanas, dos malditas semanas desde el primer día que le fue imposible cerrar el ojo, si quiera lo suficiente para ser capaz de descansar más de media hora.

Ya estaba harto de echarse sobre el colchón y contar elefantes para tratar de conciliar un sueño que bien sabia, no iba a llegar.

Y es que, había probado de todo!. Raíz de valeriana que le recomendó panchita la de las quesadillas, los cubos de magnesio que Luis le compro como remedio "semi" casero, los suplementos (carísimos) de melatonina que le receto el doctor, los incontables tés de sabores amargos que su sobrina le daba casi todos los días, y hasta hacerse una limpia por si le habían hecho mal de ojo.

Pero nada! Nada funcionaba.

Se pasó la mano izquierda sobre el rostro, la áspera piel de carpintero picándole los poros. El reloj digital sobre la repisa a lado de su cama brillaba por lo bajo, las 2:36 de la noche.

Soltó un sonido de frustración. No tenía chiste quedarse ahí sin hacer nada, lo sacaría más de quicio.
Decidió salir a tomar un trago, no al bar frente a su departamento claro que no. Realmente jamás visitaba ese lugar, María podía verlo y ni dios mismito lo salvaba de la santa regañiza que le metería por andar bebiendo.

Y no es que se la pasará tomando, porque muy rara vez lo hacía (frente a ella) más a su sobrina le podías poner un bote de alcohol etílico en frente y terminarías escuchando un sermón del porque el ser humano no debería de consumir alcohol.

Y por esa misma razón, fue que cuando Pedro terminó de ponerse lo primero que alcanzará a distinguir regado por su habitación, salió lo más discreto posible hacia el pasillo, procurando no ser ruidoso para que el cuarto frente al suyo, el de maría, no llegara ni el más mínimo sonido.
Cruzó la sala de estar, que sabias que era la sala de estar porque un papel arrugado pegado a la pared, escrito en marcador negro lo señalaba:

"Sala de estar"

Acompañado de otros papeles esparcidos por toda la recámara con nombres de muebles ficticios que hacían a una sala de estar, una sala de estar.
A Maritoña le había hecho gracia un comentario que Pedro alguna vez soltó sobre no saber dónde era cada cosa por la falta de muebles, (más la rara estructura que se manejaba aquel departamento, bien podía ser el cuarto principal una parte de la sala de estar) pues consigo traían, solos dos colchones de resortes salidos, una maleta con la ropa más estrictamente necesaria, y la cabeza llena de sueños e ilusiones.

Así que para darle un poco de gracias a su pobre situación, lleno la casa entera de papeles con los nombres de los muebles que ella deseaba tener.
Así, ya podría comenzar a sentirse en una especie de hogar inventado. Decía ella, para obligarlos a trabajar duro por un sofá de segunda.

Siguió todo el pasillo hacia el fondo, tomando su montón de llaves que había dejado sobre la barra de la diminuta y austera cocina unas horas atrás.

Con cuidado, introdujo la llave en la cerradura tratando de recordar si al abrir la puerta, está chirriaba, y aliviando sus nervios al comprobar que no lo hacía.

Deja que salga la luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora