Capítulo 4

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Sir Crane no había podido dormir esa noche, lo que lo tenía de mal humor. Todo por aquella dama de ojos grises que no podía sacar de sus pensamientos: cómo movía nerviosamente las manos mientras mentía, el pequeño baile que hacía al cambiar su peso de un pie al otro, y esa voz, que sonaba autoritaria pero al mismo tiempo parecía querer ser ayudada. O eso creía él. Estaba bastante distraído esa noche, ya que llevaba tres noches sin dormir bien. Sus pensamientos no cordinaban o tenían sentido.

Recordando lo irritable que se sentía, decidió que ya era hora de abrir los ojos. No engañaba a nadie al intentar dormir; siempre había sido como un pájaro madrugador y no había manera de dormir después de que el sol se asomaba.

Abrió los ojos y tiró del cordel para llamar a su mayordomo. El señor Christensen lo ayudó a vestirse y luego le preguntó qué deseaba desayunar.

—¿Lo mismo para los mellizos, señor?

Phillip no sabía qué comían sus sobrinos, por lo que había dejado que la nana se encargara.

—Lo que ellos quieran comer —se aclaró la garganta—. ¿Nuestra visita ya despertó?

Trató de sonar indiferente.

—No, mi señor, aún no ha llamado al servicio.

—Entiendo. Puede retirarse.

—Sí, señor. —Hizo un saludo y salió de la habitación.

Phillip se miró en el espejo, e intentó arreglar un cabello fuera de lugar con su mano, pero este era rebelde y no le hacía ningún caso.

-Quédate —lamió su dedo—. Ahí.

Finalmente, el cabello cedió. Volvió a mirarse en el espejo, preguntándose por qué hoy de todos los días se preocupaba por su apariencia; ni siquiera lo hizo cuando Marina vivía. Volvió a mirarse: tenía su camisa, chaleco, pantalón y sus botas pantaneras, igual a como se vestía todos los días.

—Es por ella —negó con la cabeza mientras hablaba solo—. No me importa lo que piense. No, no me interesa.

Tomó una fuerte respiración y salió de su habitación.

Al entrar en el comedor, los mellizos ya estaban sentados a la mitad de la mesa junto con la nana y la ayudante que la asistía para las comidas.

—Buenos días, niños.

—Buenos días, Sir Crane — respondieron al mismo tiempo.

—Buenos días —saludó a todo el personal.

—Buenos días, Sir Crane —lo saludaron de vuelta.

Se sentó en el extremo opuesto, notando que la silla donde se suponía iba a sentarse la señorita Bridgerton estaba vacía al otro extremo de la mesa. Le hubiese gustado que fuera a su lado, pero sabía que así era mejor. Esa señorita se iría en cualquier momento, así que encariñarse era una mala idea.

Empezó a comer lento para hacer tiempo por si llegaba la señorita e intercambiar algunas palabras, pero ella no apareció. Su comportamiento era tan irregular que su mayordomo le preguntó varias veces si era que no le había gustado el desayuno.

Cuando había terminado de comer el último frijol del plato, se levantó.

—Niños —dijo a modo de despedida.

Se sentía aún más irritado por alguna razón desconocida. Al poner un pie fuera del comedor, se encontró cara a cara con Eloise. Ambos guardaron silencio.

—Sir Crane, ¿ya desayunó?

—Sí, señorita Bridgerton. ¿Durmió bien?

—Sí —ella solo estaba siendo amable, ya que no había dormido nada—. Su casa es muy cómoda.

—Qué bueno que al menos alguien haya logrado dormir —dijo, para después hacer un ademán de despedirse con la cabeza.

Eloise iba a decir algo, pero no se le ocurrió nada, no dormir hacia que sus argumentos carecieran de sentido.

Phillip se aclaró la garganta.

—Que tenga un buen día, señorita Bridgerton.

Él sintió cómo esos ojos grises seguían viendo su espalda hasta que dio un giro y se alejó de su mirada.

¿Por qué dije eso?, se preguntó, negando con la cabeza.

El portero le dio su abrigo y su sombrero. Se vistió para luego salir de la casa. Se subió a su caballo, que ya estaba ensillado, y se fue.

Camino al invernadero se encontró con su amigo de infancia mientras cabalgaba.

—¡Phillip!

—¡George, querido amigo! ¿Hacia dónde te diriges?

—Voy a Londres por un par de semanas.

—¿No llegas un poco tarde para la temporada?

—Dependiendo a qué temporada te refieras —se rió con ganas.

Phillip sonrió sin saber muy bien por qué lo hacía.

—Lamento lo de tu mujer, Crane —dijo serio.

—Gracias.

—¿Vas al invernadero?

Phillip asintió.

—¿Ya sabes qué vas a hacer con tus sobrinos?

Era la primera vez que alguien se refería a los mellizos como sobrinos y no como hijos.

—¿A qué te refieres cuando dices "sobrinos"?

—No me lo tomes a mal, Crane, pero todos en el pueblo sabemos que Lady Crane era la "prometida" de tu hermano. - ambos sabían que prometída era un término amable, teniendo en cuenta la situación - Después, él se fue a la guerra, mientras tú estabas aquí encerrado en tu invernadero. Luego, ella llegó aquí y a los pocos meses tuvo a los mellizos. La gente del pueblo no es letrada, pero no son tontos. Nadie te culparía si decides tratarlos como tus sobrinos y no como tus hijos.

Phillip apretó los labios sin saber qué decir.

—Creo que su hijo merece mucho más el título de Lord que yo.

—No te estoy diciendo qué hacer, pero si yo estuviera en tu posición, desearía que "mi hijo" heredara el título.

Llegaron a un punto donde el camino se dividía.

—Que disfrutes de la capital.

—Gracias, y tú también disfruta.

La imagen de la señorita Bridgerton le pasó por la cabeza. Se aclaró la garganta.

—¿A qué te refieres, que voy a disfrutar?

—Tu invernadero, por supuesto —sonrió— Creí que era tu mayor pasión - vio a su amigo asentir- ¿A qué pensabas que me refería?

—Por supuesto —asintió de nuevo, para luego alejarse, dejando solo a su amigo.

George miró a sir Crane con extrañeza, en un día normal Phillip era considerado un hombre peculiar, después de todo era el loco de las plantas, pero decidió no pensarlo mucho, por lo que apresuró el camino. Tenía mucho que recorrer antes de llegar a Londres.

La Ciencia del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora