Lo que esperó.

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—Oiga, ¿por qué llora?

—Hola pequeñín, ¿¡No te ha dicho tu madre que no te acerques a desconocidos!? —menciona el hombre con una sonrisa encantadora, pero al mismo tiempo de sus ojos brotaban cascadas rojas.

El niño le regresó la sonrisa, tomando asiento al lado del hombre.

—Me ve pequeño, pero soy muy bueno dando abrazos, —el hombre gira su cabeza en dirección al niño; sus manos se frotan con fuerza sobre sus muslos, sus dientes se clavan en sus labios, demostrando que ha perdido esa sonrisa de momentos antes.

Entonces es cuando el chiquillo lo abraza con fuerza, transmitiendo que no lo dejará solo en ese momento de soledad.

—No tenga miedo de aferrarse a mi para no obligarse a no sentir.

Fin.

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