Capítulo Tres.

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Presente.

Brooklyn acababa de llegar a la estación de policías acompañado de su madre y su padre, ambos con una expresión fría e impecable, como si tuvieran todo bajo control, aun cuando sabían que todo lo que tenían se estaba yendo lentamente a la basura. El chico se dirigió a la recepción y dijo que había sido citado por la alguacil, la respuesta de la recepcionista fue:

—Ella está ocupada en este momento, pueden esperarla sentados hasta que ella los llame.

—¿Esto demorará mucho? —preguntó el señor Fortenberry, sin mirar a la señorita detrás del gran mesón de madera refinada y barnizada, tenía asuntos más importantes que atender como para hacer contacto visual con una completa extraña. Tengo otros asuntos que atender.

—No puedo decirle a qué hora se desocupará ella, está atendiendo a otra persona en este momento—al ver que el hombre no le ponía atención y que el chico parecía verdaderamente afectado por algo, se dirigió a la señora Fortenberry, quien parecía mayoritariamente más accesible y lo suficientemente decente como para mantener una conversación con ella—. Pero no es necesario que su esposo se quede, solo basta con que un adulto mayor se quede al lado del menor.

Asintiendo con la cabeza, la familia Fortenberry se dirigió hasta las incomodas sillas donde había más personas sentadas esperando ser atendidas, algunas se veían bastante afectadas por motivos ajenos a los que llevaban a Brooklyn a ese lugar; casi no notó que el lugar era ocupado por más personas, estaba demasiado sumido en sus pensamientos.

El padre de Brooklyn no se despegaba del teléfono y escribía sobre el teclado de la pantalla como si su vida dependiese de eso y movía la pierna derecha constantemente como si eso lo ayudara a calmarse. Con un golpe seco, la señora Fortenberry obligó a su marido a detener el molesto movimiento que la estaba poniendo nerviosa e impaciente.

Brooklyn temía sumirse en un silencio incomodo con sus padres, ya estaba seguro de que ninguno de ellos quería estar ahí, pero estaban obligados a asistir sólo porque él era menor de edad. Sentía que en cualquier momento su padre diría algo que lo haría sentir como un estorbo para ellos y su madre guardaría silencio, porque, en el fondo, estaría de acuerdo con su padre.

Las cosas habían estado muy hostiles últimamente. Sus padres dormían en camas separadas y Brooklyn estaba seguro de que su madre tenía otro hombre por el que, pronto, abandonaría a su padre.

Entonces, antes de que se pudiera generar ese silencio incomodo que conllevaría a una terrible interacción familiar, la puerta de la sala de interrogaciones se abrió. De ahí salió Desmond, pálido y con sus ojos irritados por el llanto, se le encogió el corazón al ver a su amigo en ese estado, ese chico era un ser de luz entre sombras, y no se merecía estar pasando por todo lo que estaba ocurriendo alrededor de ellos, no merecía cargar con el peso de esa mentira que tenía sus futuros colgando de un hilo.

Desmond recurrió al abrazo de sus padres al momento de salir de la sala. Los ojos de la señora Kielder soltaban chispas y estaba lista para saltar encima de la alguacil por hacer llorar a su hijo de esa manera, pero pronto las aguas se calmaron.

—¿Qué le dijiste a mi hijo para que terminara así? —preguntó Cristina Kielder, dirigiendo una mirada furiosa a la alguacil Kuffler—¿Acaso tu empleo se basa en hacer llorar a los jóvenes de la ciudad?

—No fue ella, mamá—dijo Desmond, secándose las lágrimas—. Le conté todo lo que sé sobre la muerte de Nolan y me puse sentimental, es todo.

Los señores Kielder miraron a su hijo con cierto desconcierto, ¿a qué se refería con "todo lo que sabía sobre la muerte de Nolan"? esa sentencia les había revuelto el estómago, pero no lo comentarían hasta entrada la madrugada, no querían desconfiar de su hijo, pero había cosas en la historia de Desmond que no encajaban por completo y eso los llevaría a desconfiar un poco de su único hijo.

Muy Profundo en el BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora