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el caballo y la muchachaUnos pequeños rayos de sol atravesaron las copas de los árboles, iluminando el rostro de una joven muchacha que se encontraba dormida junto a un árbol.
La noche anterior había sido fría, incluso peligrosa, luego de escapar del castillo telemarino. Temía que los soldados merodearan por los bosques buscandola, pero no había podido hacer nada.
Había puesto al límite su fuerza, y había acabado con toda la energía que el pequeño arranque de adrenalina le había otorgado.
Una hoja cayó justo sobre la frente de la chica, haciéndole despertarse con un sobresalto, poniéndose alerta.
Elizabeth miró a su alrededor, y al notar que no había ninguna amenaza, se volvió a recostar contra el árbol.
El ataque de su tío seguramente ocurriría pronto, y no tenía idea de cómo detenerlo; se sentía increíblemente débil.
Necesitaba comer, requería beber agua, pero no sabía de donde conseguirla.
Tomando un respiro, puso las manos sobre la tierra bajo ella, y haciendo un impulso se puso de pie, soltando un gemido de dolor al instante.
Apoyando su espalda una vez más contra el árbol, Elizabeth hizo un escaneo de su estado.
Tenía golpes por todo su cuerpo; había morados en sus brazos y al hacer un suave palmeo se dio cuenta de que también los tenía en su torso.
Un suspiro escapó de sus labios mientras que Elizabeth pasaba las manos por su cabello, dándose cuenta de que el recorrido de este era más corto de lo normal.
La muchacha cerró los ojos, recordando que aquella había sido otra de las secuelas de sus batallas.
Una terrible sensación de nostalgia golpea a la muchacha, haciendole recordar los tiempos en los que su cabello tenía aquel tamaño.
Así era cuando había entrado a Hogwarts, cuando había conocido a sus amigos.
Era tal cual y como había sido en el momento en el que su nueva vida había empezado, una vida más libre, una propia.
Esta vez su pelo volvió a ser corto para el inicio de una nueva etapa, una en la que realmente sabia quién era.
Una lágrima rodó por su mejilla al recordar todo eso.
Era el momento de empezar una nueva vida.
Por más que le doliera, ya no era la misma Elizabeth que había sido al abandonar Hogwarts.
Creció.
Y aquel era el momento de reconstruirse de nuevo.
Haciendo un esfuerzo se despegó del árbol y empezó a caminar con cuidado por el bosque.
Debía encontrar un río, debía limpiar sus heridas.
—Necesito ayuda... —murmuró Lizzie aferrándose a sí misma mientras miraba a su alrededor. El bosque era enorme y la posibilidad de encontrar telemarinos era gigante.
En aquel momento deseó más que nunca haber estudiado con mayor detalle los mapas del lugar.
Si tan solo tuviera a alguien que la guiara por el lugar.
Entonces, como una flecha, Elizabeth pensó en que había alguien.
Ceres.
Aquel caballo que había aparecido hacía ya tantos días para guiarla en su llegada a Narnia.
Quien descendía de una larga línea de corceles que le habían servido a los reyes de antaño.
Quizás incluso a sus propios antepasados...
—¡Ceres!
Elizabeth sabía que corría la posibilidad de llamar la atención de los soldados, pero en aquel momento la posibilidad de ser encontrada por el noble caballo le importaba más. La idea de que su primer encuentro más que suerte fuera el destino la impulsaba.
En ese preciso instante supo que encontrar a seres era parte de su historia, y que si lo necesitaba él aparecería.
—¡Ceres!
A unos kilómetros de donde la muchacha se encontraba, el corcel blanco corrió, evitando a un grupo de telemarinos, buscando alcanzar a quien lo llamaba.
A su reina y su jinete.
Ignorando las fechas y las pisadas de otros caballos, Ceres corrió como nunca, buscando alcanzar a Elizabeth, necesitando hacerlo tanto como ella lo necesitaba a él.
Aunque el caballo no tenía ni la menor idea de donde se encontraba su humana, pero de alguna forma sabía exactamente en qué momento girar y hacia dónde ir.
Sin entender cómo lo estaba haciendo, Ceres perdió a los soldados, alejándose como si de la misma luz se tratara.
El corcel no se detuvo hasta que algo dentro de sí mismo le dijo que lo hiciera.
Trotando por un bosque solitario, empezó a sentir cada vez más cerca la presencia de su Elizabeth y la buscó con mayor desesperación.
—¡Elizabeth!
Luego de un par de segundos, el llamado fue correspondido por otro grito.
—¡¿Ceres!?
Repitiendo una y otra vez el nombre de su majestad, el caballo entonces vio frente a sus ojos a Elizabeth, quien intentaba correr muy débilmente hacia él.
Sin dudarlo ni un momento, el caballo se acercó hasta estar frente a ella, tomándose un segundo para observarla antes de relinchar.
—¡Estás viva!
Lizzie lo miró hacia sus ojos e inclinó su frente, posando junto a su crin y dejando escapar unas lágrimas.
—Lo estoy —susurró la muchacha, totalmente conmocionada por finalmente encontrar un rostro familiar.
Alejándose entonces de ella, Ceres se inclinó.
—Estoy a su servicio, mi reina. Haré todo lo que me pida, realizaré cualquier cosa que necesite y lucharé contra cualquiera que atente contra su vida.
—¡Oh... ¡Mi querido Ceres!
—¿Qué requiere? ¿Por qué me ha llamado?
Elizabeth puso una mano en el hocico del caballo mirándolo con atención.
—Necesito que me guies al río más cercano. No he comido ni bebido nada en días y el escape me lastimó seriamente. Temo que si no limpio los golpes, estos se infecten.
Moviendo la cabeza en asentimiento, Ceres se arrodilla literalmente, permitiendo a la muchacha subir en su lomo.
—Gracias, Ceres.
Bufando, el corcel empezó a correr hacia el río central.
Las bajadas hacia el agua eran peligrosas, prácticamente barrancos, pero el caballo se las arregló para encontrar los caminos más cómodos para llevar a Elizabeth.
Ceres estaba trotando hacia uno de los caminos cuando un grito lo alertó.
—¡Ahí está el caballo! ¡ ¡Y se encuentra con una muchacha!
Rápidamente, Lizzie buscó de donde provenía la voz, encontrándose con una banda de soldados.
—Mierda... —susurró, antes de inclinarse más sobre Ceres—. No creo tener la fuerza para luchar contra ellos aún.
—Descuida, los evadiremos —dijo el corcel con tranquilidad antes de elevarse sobre sus patas traseras y marcar dirección directamente hacia los soldados.
—¡Ceres! —grito Elizabeth aterrada al ver el rumbo que tomaban—, ¡No creo que esa sea la mejor forma de evadirlos!
Relinchando, este contestó.
—Confía en mí, ya lo verá.
Preparándose para el impacto, la castaña tomó con más fuerza la crin del caballo; sin embargo, antes de que siquiera lo pudiera procesar, éste tomó una velocidad que les hizo dejar atrás el grupo en apenas un instante.
Sorprendida, Lizzie vio como a su alrededor todo pasaba como un borrón, hasta que poco a poco el caballo disminuyó el paso, bajando directamente hacia la desembocadura de un río que se conectaba a un pequeño lago.
De pronto, el caballo se detuvo justo frente a este, arrodillándose una vez más para que Elizabeth pudiera bajar de él.
—Necesito una explicación de cómo hiciste aquello.
—Ni siquiera yo lo sé —dijo Ceres con simpleza—, ocurrió por primera vez cuando escuché tu llamado; no lo comprendo, pero si es alguna clase de don que se me está entregando por los dioses por servirte, lo acepto con gusto.
Elizabeth sonrió y acarició su hocico antes de sentarse frente al agua.
Al ver que esta se encontraba en movimiento, la castaña juntó sus manos y las llevó hacia el agua, recogiendo un poco antes de llevarla directamente hacia sus labios.
Como si del mismísimo aire se refiriera, la castaña volvió a unir sus manos, tomando más agua hasta finalmente quedarse saciada.
—Parece que tenías algo de sed. —murmuró el caballo sarcasticamente antes de él mismo disponerse a tomar del agua dulce.
—¿Tú crees? —respondió la muchacha con el mismo tono, antes de suspirar y ponerse de pie, acercándose más al agua.
—¿Qué... que haces?
Elizabeth empezó a sumergirse en el frío lago, soltando una profunda respiración de comodidad antes de hundirse dentro de este, mojando todo su cuerpo y la ropa sobre este.
—¡Elizabeth!
La castaña subió rápidamente hacia la superficie.
—Calmate, hace semanas que no he podido ni acercarme al agua, necesito limpiarme, y como te dije antes, limpiar mis heridas.
Resoplando, el caballo también se levantó, acercándose lo más que pudo hacia ella sin tocar el agua.
—¿Necesitas algo?
Una sonrisa surgió en el rostro de la muchacha.
—Qué tal si intentas recoger unos cuantos peces, estoy segura de que debe ser fácilísimo para ti.
Moviendo la cabeza con fastidio, Ceres empezó a caminar hacia la parte del río, en la que se odían ver peces saltando, dejando a Elizabeth sola.
Una sensación de comodidad que no había sentido en mucho tiempo se apoderó de Lizzie mientras se bañaba en el lago.
Pasando sus manos por su cabello para limpiarlo y por sus golpes para remover la sangre seca, la castaña empezó a sentirse mejor que en mucho tiempo.
Realmente había necesitado desesperadamente un poco de agua.
Elizabeth disfrutó de la tranquilidad hasta que volvió a ver a Ceres, llegando hacia ella con varios peces atrapados en su boca, soltandolos en la tierra a un par de metros de la orilla.
Con una nueva sonrisa en su rostro, la muchacha se dirigió hacia este, empezando a sentir la frialdad del aire contra su piel y ropa mojada.
El caballo se acostó, mirándola fijamente mientras esta empezaba a recolectar pequeñas ramas que se encontraban cerca de ellos.
Arrodillandose, las posicionó con cuidado en la tierra, y se concentró por hacer aparecer fuego de sus manos, encendiendo así una fogata.
Permitiendo que el fuego tomara mayor fuerza, Lizzie se volvió a poner de pie, y pasó sus manos calientes, con un mínimo fuego saliendo de estas, cerca de su cuerpo, secándose rápidamente todo menos el cabello.
Al ver que la muchacha se sentaba y tomaba un par de ramas sobrantes para clavar a los peces, Ceres se concentró en su estado.
—¿Qué tanto ves? —preguntó la muchacha sintiendo el peso de su mirada.
—Has cambiado —dijo el caballo con preocupación, notando la clara pérdida de peso de la muchacha—. ¿Qué hicieron contigo en ese lugar?
Abrazadas las piernas y apoyando su mentón sobre estas, Elizabeth empezó a narrar su estancia en los calabozos, intentando omitir algunos de los peores detalles.
Buscando una distracción de la mirada atenta de Ceres y de su atención ante lo que decía, la castaña se concentró en los peces que estaban sobre la hoguera, cocinándose.
Por otro lado, Ceres no lograba apartar su vista de Lizzie, mirando con dolor cómo intentaba hacer pasar todo lo que había sufrido como si de nada importante se tratase.
Había recibido torturas, golpes y castigos, y aun así seguía frente a él, armándose de valor para detener a Miraz.
Una vez terminó de explicar su escape, Elizabeth centró toda su atención en la comida frente a ella. Devorandola como si se tratara del más exquisito banquete, hasta que finalmente se sació.
Luego de comer, el caballo y la muchacha descansaron por unos minutos antes de que Elizabeth finalmente se sintiese en un mejor estado.
—Es hora de partir, Ceres, te aseguro que la batalla que se avecina no esperará por nosotros.
Una vez más, Lizzie subió al lomo de su corcel y emprendieron su camino hacia el Altozano.
Ambos recorrieron los bosques, intentando no hacer ruido para no llamar la atención de los soldados telemarinos que merodeaban por estos.
Avanzaron sin problemas hasta que Elizabeth vio una flecha volar directamente hasta su rostro.
Sin tener tiempo para dudar, la castaña saltó del caballo, rodando por el suelo cubierto de hojas secas, y poniéndose de pie para sacar tu espada.
—¿Ves quién la tiró a Ceres? —preguntó, pero antes de que el caballo tuviera siquiera la posibilidad de responder, un quinteto de telemarionos corrieron directamente hacia ellos. —Ve por la izquierda, derriba a esos dos, yo me encargaré de los otros —ordenó Elizabeth, corriendo directamente hacia uno de los soldados y azotando su espada contra su costado, haciendole soltar un quejido y doblarse para hacer presión en el corte.
Antes de que el hombre tuviera la oportunidad de volver a ponerse de pie, lo golpeó con el codo en la espalda, haciendolo caer, para luego golpearle la cabeza con el mango de su espada.
Inmediatamente, Lizzie se dirigió hacia el otro soldado más cercano, con el que tuvo un combate más reñido.
Ambos golpeaban espada contra espada, sin poder hacerle un daño al otro, hasta que finalmente la castaña buscó una forma de acabar con el hombre, chocando una vez más su arma contra la del hombre, pero esta vez dando un impulso lo suficientemente fuerte como para, una vez las espadas estaban unidas, arrojarlo al suelo.
La pelea siguió una vez que el hombre le devolvió el favor y la arrojó al suelo, pero en lugar de molestarse en ponerse de pie, Elizabeth arrojó una estocada hacia el muslo del soldado, clavando su espada por completo a través de este.
Levantándose, Lizze sacó su espada del cuerpo del hombre y la utilizó para hacerle un corte en el cuello.
La muchacha miró alrededor, lista para arremeter contra el último telemarino; sin embargo, cuando no lo vio, supuso que Ceres ya se había encargado.
Empezó a caminar en busca de su caballo. Sin embargo, un grito la hizo paralizarse.
—¡Elizabeth, cuidado! —grito Ceres mientras corria hacia ella.
En el momento en el que la muchacha giró el cuello, encontró al soldado perdido apuntando con su arco directamente hacia el corazón.
La castaña soltó un suspiro tembloroso al ver que el hombre tensaba el arco listo para soltar la flecha, pero justo antes de que lo hiciera, un temeroso rugido se hizo presente, y un enorme león saltó sobre el hombre, acabando con él.
Elizabeth miró impactada la escena hasta que el león volvió a levantarse y entonces lo reconoció.
El león de sus sueños.
—¡Aslan!
Corrió hacia posarse frente a él y se inclinó, haciendo una reverencia, y notando como, no muy lejos de ellos, Ceres hacía lo mismo.
—Levántate, querida —dijo este con amabilidad—, y tú también, noble corcel. Veo que el destino siempre acierta juntando a aquellos que están unidos por lazos de lealtad y honor.
—Oh, gran y poderoso Aslan. Es un honor presenciar su regreso —dijo el caballo con admiración.
—Es un honor para mí poder verlos a ustedes aquí, ahora; no deben distraerse con esto. Es imperativo que vayan a la guerra; es ahí donde los necesitan ahora.
Ambos asintieron hacia el león, antes de mirarse uno a otro.
Elizabeth subió una vez más al lomo de Ceres; sin embargo, antes de partir volvió a observar al gran león.
—Gracias, de alguna forma me diste la fuerza para salir de mi calabozo.
—Dulce y temerosa Elizabeth, el escape fue tuyo, y no lo hiciste con nada más que con tu fuerza. Simplemente tienes que saber de donde buscarla.2501 palabras
Buenas!
Primero que nada quiero que decir que, aunque el título del cap suene medio raro, vi la oportunidad de hacer referencia a mi libro fav de Narnia (el caballo y el muchacho) y la tomé
Perdón por no publicar el cap la semana pasada, pero aquí está y, si tengo chance, voy a publicar otro esta misma semana.
En fin
No supero que lo disfruten
Fabs fuera 🐠
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𝐸𝑙 𝑁𝑢𝑒𝑣𝑜 𝐿𝑒𝑔𝑎𝑑𝑜 ⇝ ʜ.ᴊ.ᴘᴏᴛᴛᴇʀ
Fanfictionᴇʟ ɴᴜᴇᴠᴏ ʟᴇɢᴀᴅᴏ ── "ᴇsᴛᴏʏ ʟɪsᴛᴀ ᴘᴀʀᴀ ᴅᴇsᴄᴜʙʀɪʀ ǫᴜɪᴇɴ sᴏʏ" ¿Que pasara cuando una niña que creció oculta bajo maltratos y una vida que no era real encuentre una familia, una verdad y un poder? Elizabeth no estuvo en el lugar para ella al crecer, pero...