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Dejarlo ir.

Los días habían pasado más rápido de lo que hubiera gustado. Por primera vez sentía que todo era perfecto, simplemente sin ningún problema y sin nada de que preocuparse.

La mansión Zabini había sido el lugar perfecto para pasar los últimos días de vacaciones. Blaise ya no se quejaba tanto de que todos estuvieran aquí, Pansy y yo nos habíamos empezado a llevar mucho mejor, es más, hasta creo que de alguna manera la consideraba una “amiga” supongo que tantos años de odio y resentimiento habían sido barridos por el simple hecho de convivir en un mismo espacio durante tanto tiempo.

Aunque, a decir verdad, aún me sorprendía ver la naturalidad con la que ella y Blaise actuaban, como si nada hubiese pasado. Mi curiosidad me hizo intentar preguntarles a ambos sobre lo que había pasado, pero sabía que ninguno de los dos iba a decirme.

Val y yo también nos habíamos vuelto mejores amigas, era normal que a la noche nos juntáramos con Pansy para hacer pijamada de chicas en el cuarto, pero al final los chicos siempre aparecían y todos terminábamos durmiendo en un mismo cuarto.

Me gustaba sentirme parte de un grupo, aunque sea repleto de Slytherin. De alguna manera ya había comenzado a dejar de sentirme incómoda entre ellos, se sentía como si en verdad fueran mis amigos y no solo estuviera ahí de “agregada”

Pero aunque todo parecía estar en “calma” mis pensamientos en que pasaría al volver a Hogwarts seguían presentes. En especial en que pasaría con Mattheo. Todo este tiempo no hemos hablado de la maldición, y eso de alguna forma me estaba matando por dentro.

Sabía que todo lo bueno que había pasado esta última semana de vacaciones se iba a desvanecer en un cerrar de ojos.

Y la idea de que otra vez se fuera… me seguía persiguiendo.

—¿En qué tanto piensas, Lily?

La voz de Mattheo rompió el silencio que había envuelto el patio, sacándome de mis pensamientos. Al escuchar su tono bajo y calmado, levanté la cabeza, encontrándome con sus ojos cafés que brillaban bajo el suave resplandor de la luna.

Estaba ligeramente encorvado, con la espalda apoyada contra la pared de piedra del patio. Su postura era la misma que había adoptado tantas veces antes, un pie apoyado en la pared, el otro en el suelo. En sus manos sostenía su cuaderno de tapas oscuras, ese cuaderno que siempre llevaba consigo, como si fuera una extensión de su propio ser.

Estos días con él me han hecho darme cuenta de que la mayoría de las veces escribe cuando está conmigo, a veces hasta habla mientras escribe, es raro, pero me acostumbre a ello. 

Lo había visto escribir en esas hojas tantas veces que casi podía imaginar el movimiento de su pluma, trazando palabras.

—En nada.—Sonreí tímidamente.

Mattheo arqueó una ceja, se apartó de la pared, cerrando su cuaderno con un movimiento rápido y luego acercó su cuerpo al mío haciendo que nuestros rostros queden frente a frente.

—¿Cuándo será el día que dejes de mentirme?—Preguntó con diversión en sus ojos.

—¿Cuándo será el día que me dejes ver que escribes en ese cuaderno?

—Algún día.—Dijo, con una sonrisa de lado.

—¿Algún día? ¿Qué es eso tan secreto que no puedo ver?

—Algún día lo sabrás. Sé paciente.

Sonreí, agitando la cabeza con diversión.

Miré hacia el patio, sintiendo el aire fresco de la noche pegando ligeramente en mi rostro. Era bastante tarde, y el cielo estaba totalmente oscuro con algunas estrellas que apenas se lograban distinguir.

CORAZONES MALDITOS|| Mattheo Riddle. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora