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Los primeros rayos del sol se colaban a través de las cortinas, iluminando suavemente el rostro angelical de una hermosa mujer que comenzaba a abrir los ojos lentamente. Jennie, aún sumida en la calma del sueño, intentó moverse para estirar su cuerpo adormilado, pero algo se lo impidió.

Unas manos firmes y cálidas rodeaban su cintura de manera posesiva, impidiendo su movimiento. Una sonrisa tierna se dibujó en sus labios mientras los recuerdos de la noche anterior inundaban su mente.

Lisa la había besado.

No solos eso, se habían besado con mucha pasión en el calor de su habitación, luego de compartir un momento demasiado erótico en la piscina. Sus mejillas se encendieron de inmediato al rememorar la escena: Lisa tocando sus pechos con deseo, explorando cada rincón de su cuerpo y de su coño, mientras Jennie gemía de placer. La intensidad de ese momento aun lo podía sentir.

Jennie bajó la mirada hacia las manos que la rodeaban. Eran suaves, pero al mismo tiempo, transmitían una fuerza que la envolvía por completo. La forma en que las manos de Lisa encajaban perfectamente alrededor de su cuerpo la hacía sentir protegida, al igual que sus labios, es como si se hubieran creado para ser besados por aquella tailandesa.

Con el corazón acelerado, Jennie se volteó lentamente para quedar frente a la mujer que la tenía completamente embelesada.

Lisa seguía dormida. Su respiración era pausada y serena, y sus largas pestañas descansaban con gracia sobre sus mejillas. Se dedicó a observarla con devoción, disfrutando de cada pequeño detalle. El leve sonrojo en las mejillas de Lisa, su flequillo desordenado, los labios rojo ligeramente entreabiertos y suaves, el pequeño lunar debajo de su ojo que tanto adoraba. Todo en ella era simplemente perfecto.

Aún le costaba creer que una mujer como Lisa la deseara con la misma intensidad que ella sentía. Jennie se sentía en un sueño, uno del que jamás querría despertar. Si pudiera, se quedaría para siempre en esa cama, abrazada al calor y la ternura que el cuerpo de Lisa le proporcionaba.

Pero el gruñido de su estómago le recordó que la realidad no se detiene por los sueños. El hambre comenzó a hacerse presente, interrumpiendo ese momento perfecto. Con una sonrisa divertida y cautelosa, Jennie se levantó con delicadeza, cuidando de no despertar a Lisa. Antes de irse, depositó un suave beso en la frente de la tailandesa, un gesto que la llenó de cariño.

Decidida a sorprenderla, bajó hacia la cocina. Quería preparar el desayuno y llevárselo a la cama.

Una alegre anciana estaba terminando de cortar la fruta fresca que había recolectado esa misma mañana. La lluvia de la noche anterior había sido generosa, ayudando a nutrir los vegetales y las frutas del huerto. Nana no dudó en seleccionar las mejores fresas para la dulce empresaria que ahora se hospedaba en la hacienda.

De repente, la puerta de la cocina se abrió con suavidad, y Jennie entró con una enorme sonrisa iluminando su rostro. La coreana, visiblemente de buen humor, comenzó a tararear la canción que sonaba en la radio, moviéndose al ritmo de la melodía con una alegría contagiosa. Nana la observó con curiosidad mientras cortaba la fruta, preguntándose de dónde venía esa repentina efusividad.

Jennie se movía como si estuviera en otro mundo, perdida en la imagen de una hermosa mujer que dormía en su cama. Cuando finalmente cruzaron miradas, Jennie le lanzó un saludo radiante.

—¡Buenos días, Nana! —exclamó con una energía desbordante.

—Buenos días, querida. —Nana la miró con una ceja levantada, sin poder ocultar su sorpresa—. ¿Qué te trae por aquí tan temprano? Pensé que estarías descansando después de que tú y Lisa estuvieron trabajando tanto ayer.

Arizona | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora