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Una vez dentro, la calidez del hogar las envolvió, proporcionando un alivio inmediato del frio exterior. Sus cuerpos y el ambiente seguía cargado de mucha tensión. Jennie, aún envuelta en la toalla, se volvió hacia Lisa con una leve sonrisa, extendió la mano para quitarle un mechón de cabello mojado de su frente.

Lisa sostuvo su mirada, su respiración acelerada por el leve roce de la morena en su rostro. Era curioso como hace breves momentos estaba por follar en la piscina y ahora compartían las dos un momento de intimidad.

—Creo que deberíamos cambiarte esa ropa mojada—sugirió Jennie, notando que la camiseta de Lisa estaba empapada y pegada a su piel. A pesar de que la tailandesa solo había tenido tiempo para cubrirse la parte de arriba, seguía en ropa interior, y aunque Jennie no podía evitar admirar su cuerpo, la preocupación por su salud era más fuerte.

—Pero no tengo ropa aquí —respondió Lisa, recordando que sus pertenencias estaban en su casa. La hacienda era exclusiva para los huéspedes. No era habitual que se quedara, y claramente no había previsto quedarse la noche.

Jennie arqueó una ceja, decidida.

—De ninguna forma te dejaré así. Ven conmigo —dijo, tomando la mano de Lisa con una mezcla de suavidad y urgencia.

Lisa asintió, agradecida por la oferta. Jennie la condujo hasta su habitación, donde sacó un conjunto cómodo de su armario: una camiseta de algodón suave y un par de pantalones cortos, que aunque le quedaran un poco pequeños a Lisa, serían perfectos para mantenerse abrigada.

—Aquí, esto te servirá —dijo Jennie, extendiéndole la ropa.

Lisa tomó la ropa, sus dedos rozando los de Jennie en el proceso, provocando una pequeña descarga de electricidad que ambas sintieron. Sin decir una palabra, Lisa se fue al baño y se cambió rápidamente, apreciando la suavidad y el aroma que la ropa de la morena llevaba consigo, como si una parte de ella aún estuviera presente.

Cuando estuvieron vestidas, la tensión en la habitación cambió de manera sutil, era una calidez perceptible. La tormenta afuera se intensificaba, los truenos retumbaban como un eco y la lluvia golpeaba furiosamente las ventanas. Pero nada se comparaba con la tormenta de emociones que estaban teniendo aquellas dos mujeres.

Ninguna de las dos habló, pero los ojos de Lisa tenían un brillo inconfundible, el mismo que Jennie había visto antes cuando se besaron por primera vez. Lisa dio un paso hacia ella, y Jennie no se movió, su respiración atrapada en su garganta.

Lentamente, Lisa levantó una mano y la acercó al rostro de Jennie, sus dedos rozando su piel con una suavidad que contrastaba con la fuerza que solía demostrar. Su pulgar trazó el contorno de su mandíbula, un gesto íntimo que transmitía más que cualquier palabra. Jennie cerró los ojos por un segundo, disfrutando de la sensación, y cuando los abrió, se encontró con la intensidad en la mirada de Lisa.

Tener a la coreana, en medio del jardín horas atrás, gimiendo bajo sus caricias con su cuerpo desnudo al calor del sol, había sido un deleite para Lisa. Sentir sus pezones firmes y cálidos entre sus dedos y su coño palpitando bajo su mano había sido una experiencia inolvidable, una imagen exquisita de presenciar. Pero ahora, en la intimidad de la habitación, con Jennie tan cerca que podía sentir su respiración entrecortada, todo se sentía mucho más intenso.

Las miradas de Jennie, cargadas de deseo y ternura, la desarmaban de una forma que nada ni nadie había logrado antes.

Lisa se sentía vulnerable, como si el simple hecho de estar tan cerca de la coreana la volviera débil.

—Creo que debería irme —dijo, su tono era suave pero decidido, como si estuviera tratando de convencerse a sí misma más que a Jennie. Se alejó un poco, con miedo de los sentimientos que estaba empezando a crecer en su interior.

Arizona | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora