• Capítulo Final

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Harry observaba la casa vieja y fea desde una distancia prudente. Las paredes estaban cubiertas de moho, y la pintura se descascarillaba, revelando la madera podrida debajo. Las ventanas estaban sucias, apenas permitiendo que la luz del sol se filtrara a través de los cristales agrietados. La puerta principal colgaba de una bisagra, y el tejado estaba lleno de agujeros que dejaban entrar la lluvia y el viento. Un patio descuidado rodeaba la estructura, lleno de maleza y escombros, una imagen de abandono y desolación que hacía juego con los horrores que había presenciado en su interior.

Esperando a que Louis estuviera a salvo con su beta, Harry sentía una furia creciente en su pecho. La imagen de Louis, débil y herido, no dejaba de acosar su mente. Con un gesto firme, se volvió hacia los miembros de su manada.

—Posiciónense alrededor de la casa. No olviden que Jackson es mío —ordenó, su voz tan afilada como un cuchillo.

Sus hombres se movieron con sigilo, tomando sus lugares estratégicos alrededor de la destartalada estructura, sincronizados por años de entrenamiento juntos, se dispersaron en silencio, tomando sus posiciones. Harry respiró hondo, su ira acumulándose como una tormenta en formación, lenta pero poderosa. Cuando todos estuvieron listos, asintió a Caleb, quien levantó su arma y disparó una granada de humo hacia la casa.

El estruendo de la granada resonó en la noche, En cuestión de segundos, una espesa nube gris comenzó a brotar de la casa, seguida de gritos ahogados y toses. El humo se extendió rápidamente, envolviendo la casa en un manto denso y sofocante.

—Recuerden, no debemos dejar a ninguno escapar. Esta noche se acaba todo —murmuró Harry mientras veía a sus hombres moverse en sincronía.

Desde su posición, Harry, con los brazos cruzados, observaba cómo su manada atacaba a los hombres de Jackson. Eran rápidos y eficientes, derribando a sus enemigos con precisión. Los hombres de Jackson, desorganizados y cegados por el humo, cayeron rápidamente ante la ofensiva de la manada de Harry. A pesar de la violencia desatada, Harry mantenía sus ojos fijos en la entrada de la casa, esperando a su verdadero enemigo. Finalmente, Jackson apareció, tosiendo y tambaleándose, su figura robusta envuelta en humo y desesperación.

Los hombres de Harry, siguiendo un plan bien trazado, dejaron libre la vía hacia Jackson, sabiendo que su alfa quería enfrentar al hombre que tanto daño había causado. Harry comenzó a caminar hacia Jackson, sus pasos firmes y medidos. Su ira crecía con cada paso, un rugido silencioso que amenazaba con desbordarse.

—Jackson, — dijo Harry, su voz cargada de una calma peligrosa, —No tenías que haber tomado lo que era mío. Te arrepentirás de todo el daño que le has causado a Louis.

Jackson, aun tosiendo, soltó una risa amarga y despectiva. —Ese omega era mío desde el principio. Por tu culpa, está arruinado.

Harry frunció el ceño ante esa información, sintiendo una punzada de sorpresa. Louis era un omega, pero nunca había sentido el olor distintivo de uno en su pareja. Sin embargo, no tuvo tiempo para seguir ese pensamiento, ya que Jackson continuó hablando.

—Tomé a Louis cuando era solo un niño, —dijo Jackson, su voz teñida de un deleite perverso. —Maté a sus padres junto con su manada. —continuó riéndose como si el recuerdo estuviera aún fresco en su memoria —. Louis hubiera sido un buen omega de cría, el primero nacido en más de 50 años. Solo estaba esperando a que tuviera la edad suficiente para empezar a engendrar a mis hijos.

La revelación golpeó a Harry como un martillo. No solo Louis había sido arrancado de su vida y torturado, sino que también había sido planeado para un destino mucho más oscuro y retorcido. El rostro de Harry se contorsionó en una máscara de furia incontrolable.

Bajo el Cielo de WyomingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora