01. Prólogo

1.8K 247 57
                                    

Sus labios se torcieron en una mueca, incluso mientras descansaba. Sus ojos se apretaron con fuerza mientras intentaba disipar la acidez que se acumulaba en su garganta y boca.

Abrió abruptamente los ojos y salió precipitadamente de entre las colchas para correr hacia el baño. Cuando llegó al inodoro, vomitó la cena de la noche anterior.

El alfa dominante permaneció un rato cerca del inodoro y, cuando no tuvo más que vomitar, jaló la cadena. Arrugó el entrecejo mientras se sostenía el abdomen.

—Carajo —maldijo entre dientes.

Giró sobre sus talones y se dirigió al lavabo, donde miró su reflejo en el gran espejo. Estaba pálido y con el aspecto de alguien que no había tocado la almohada en toda la noche.

Su estado emocional empeoró al recordar su categoría. ¡¿No se suponía que los alfas dominantes eran difíciles de enfermar?! ¡Él era Max Verstappen! Los malestares no podían atacarlo sin previo aviso, menos cuando estaba a punto de correr un gran premio.

Un sinfín de pensamientos malsonantes y recriminaciones se agolparon en la cabeza de Max mientras enjuagaba su rostro y boca, indignado por los malestares.

Le pareció irónico que, anoche, cuando decidió no beber y cenar ligero, su estómago decidiera atacarlo. Gruñó una vez más, mientras reconsideraba sus elecciones pasadas.

Max se duchó, se cambió y desayunó tanto como su estómago sensibilizado le permitió. Tomó su maleta y pertenencias y, tan pronto como se aseguró de que no le faltara nada, salió de su casa, aún de mal humor.

Durante el trayecto, nada pareció mejorar. Las náuseas regresaban, el ruido le irritaba más de lo habitual y en cada semáforo al que llegaba, cambiaba a rojo.

—Maldita broma —bufó.

Aceleró cuando se cercioró de que el semáforo estaba en verde, que ningún peatón cruzaba la calle imprudentemente y que era su turno para avanzar.

Llegó a la sede cinco minutos más tarde de lo habitual, pero Max no lo percibió, creyendo que había tardado quince minutos más de lo normal en llegar a las instalaciones.

Azotó la puerta del vehículo y, al bajar sus cosas, su botella de agua cayó a sus pies, por lo que se vio obligado a dejar todo de nuevo en el asiento y agacharse para recoger el objeto.

—¡Lo que me faltaba! —bramó exasperado al notar que la botella se había roto por la tapa.

Bufó. Tomó nuevamente todas sus pertenencias, cerró el auto y se encaminó a la entrada de las instalaciones hecho una furia.

Emilian no percibió la calma que había en el lugar al ser perturbada por sus feromonas en cuanto entró. La secretaria, que se encogió en su asiento, le indicó a Max dónde encontrar a Christian.

—Lo espera en la oficina del ala A.

Max siguió su camino sin detenerse a saludar o siquiera mirarla al rostro. Sin embargo, mientras más avanzaba, las náuseas disminuían y la tensión en sus músculos se disipaba.

Tocó la puerta y, sin esperar respuesta, la empujó.

Una fuerte ráfaga de aire lo golpeó en el rostro, aturdiéndolo por unos segundos hasta que percibió la angustia en el dulce y exquisito aroma. "Está preocupado", su lobo le aclaró, silenciando su parte lógica.

—Max, hijo... espera afuera —pidió Christian inmediatamente al verlo.

Max no respondió ni se movió del lugar en el que estaba. Inhaló profundamente por instinto, capturando más del aroma del lugar.

Síndrome de CouvadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora