11. De mi once

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Epílogo

Era fuerte.
Podía escuchar el ruidoso llanto de su bebé.

Mi hijo... —Balbuceó, mareado y agotado — Quiero verlo, por favor — Rogó. Ansioso por poder cargar a su cachorro.

Sergio buscó a la enfermera que tenía a su bebé, quien se acercó y le puso a su hijo sobre su pecho.

—Felicidades, es un hermoso varón —Felicitó amable y genuinamente alegre.

Max grabó la imagen de Sergio sosteniendo a su primogénito. Su corazón dio un estrepitoso y sentimental vuelco.

El cachorro al sentir el calor y latir de su mami pudo sentirse protegido y en un lugar conocido, abriendo así sus ojitos y capturando como primera imagen el rostro sudado, ruborizado y cansado de Sergio. Balbuceó en bajo mientras otro suspiro entrecortado (producto de su llanto), se escapaba de su boquita.

Sergio observó a su bebé. Le sonrió meloso y cálido.

Hola pequeño —La voz de su omega sobresalió cautelosamente, hablando en español.

El bebé le miró atento. Los orbes de Sergio se llenaron de lágrimas, haciéndolos brillar más.

"Cachorro", su omega se removió con fuerza. Tomó la pequeña manita de su bebé, acariciando el terso dorso de esta y sonriéndole melancólico.

—Bienvenido al mundo, pequeño —Apretó su sonrisa temblorosa — Bienvenido — Reiteró.

El recién nacido miraba con curiosidad, restregando poco después sus manitas a su rostro.

—Max... amor —Llamó al alfa, quien se había mantenido en silencio y quieto en todo ese momento.

El neerlandés reaccionó, acercándose.

—Deja que te conozca, alfa —Incentivo — Ven — Le sonrió meloso. Con los ojos llenos de lágrimas.

Max se acercó lo más posible, se inclinó un poco y con sumo cuidado y delicadeza, tomó a su hijo entre sus manos. Temiendo romperlo y dañarlo con su torpeza y hosquedad.

Admiró el rostro de su primogénito. Quien también parecía escanearlo sin mucho entendimiento.

Sus escasas hebras rubias, tan claras como su piel tersa. Su nariz respingona era aún más perfecta por esas pecas que formaban un distintivo de su omega. Era de un muy buen tamaño su cuerpo, pero no dejaba de ser pequeño y frágil.

Max vio reflejado el brillo de Sergio en su cachorro. Se puso sentimental de inmediato. Sus zafiros brillaron y enrojecieron un poco a causa de las lágrimas, sin embargo estas se escaparon y recorrieron por sus mejillas.

Sergio se enterneció. Sintiéndose contagiado por las feromonas y emociones de su alfa.

Los doctores y enfermeros admiraron la escena con dedicación y enternecimiento.

Es precioso.

Max soltó entrecortado, entre riéndose y llorando. Sergio recargó su cabeza en el colchón, sonriendo y permitiendo que sus lágrimas escurrieran por las ranuras de sus ojos.

Síndrome de CouvadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora