Carlos Sainz

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Alguien "normal" podría decirle a Charles que está demente, pero como que a él le daba igual.

Anotarse como ayudante del equipo de fútbol (lo que implicaba lavar asquerosas camisetas y malolientes toallas) solamente para poder ingresar sin impedimento alguno a sus vestidores y observar de cerca a sus posibles presas, era algo que para sus mejores amigos estaba calificado como absurdo. Pero, como anteriormente ya he mencionado, a nuestro Charlie le daba exactamente igual.

No era absolutamente nada divertido tener que cargar con una asquerosa y nauseabunda mochila llena de toallas y camisetas empapadas en sudor por todo el pasillo de la universidad, pero tener que meterlas en su auto era aún más repugnante. Tuvo que comprar el ambientador más potente que encontró en el supermercado. Sin embargo, cuando lo colocó en el coche, el olor fuerte del perfume mezclado con el hedor del sudor sólo empeoró la situación.

Pero todo era recompensado en el momento en que sus compañeros iban a las duchas, después de jugar, a medio vestir.

Charles sabía cómo disimular a la hora de pasar cabina por cabina en busca de ropa sucia, mientras que al mismo tiempo echaba una breve mirada a los musculosos cuerpos de cada uno de los jugadores.

Checo no había recibido información falsa. Todos estaban francamente bien... Pero ninguno llegaba a sorprenderlo.

Incluso había tenido que descartar a Lewis de su lista en el momento que supo de sus salidas con un chico de intercambio recién llegado.

Así que continuaba con su búsqueda del tesoro tranquilamente... O al menos así fue hasta que apareció Carlos Sainz.

¿Quién coño era Carlos Sainz?

Carlos Sainz no era ni más, ni menos, que uno de los estudiantes de intercambio que ingresaron a la universidad a poca altura del año.

Un niño bueno, educado, inteligente, aburrido, respetuoso en exceso, un cerebrito, típica rata de biblioteca come libros... Entre otros calificativos algo más originales. Usaba unos lentes gigantes y pantalones muy anchos. Y por si no fuera poco, la camiseta abrochada hasta el cuello no debía faltar.

También usaba suéteres agigantados con cuello de tortuga. Carlos Sainz era el tipo de chico que jamás mostraba más piel de la necesaria.

Charles no tuvo absolutamente nada que ver con el chico (de hecho, desconocía de su existencia) hasta que Carlos se vio obligado a formar parte del equipo de fútbol americano.

Contrariamente a lo que todos pensaban, Carlos Sainz era increíblemente bueno en los deportes, tan sólo odiaba practicarlos, pero las chicas de todo el campus enloquecieron cuando el muchacho se dejó ver por primera vez con el uniforme de equipo puesto.

¿Quién diría que la rata de biblioteca podría tener tales muslos y brazos, dignos de un modelo de Armani?

Nadie lo diría.

Desde ese día, Carlos no pudo tener sus momentos a solas en la biblioteca cada tarde, ya que las chicas le intentaban cazar hasta en la parada de autobús.

Sin embargo, Charles, aunque podía admitir que el chico tenía una cara que podría derretir hasta los polos y unos brazos en los que morir lentamente, no era tan llamativo porque era un mojigato. El chico esperaba a que todos sus compañeros de equipo salieran de las duchas para poder ingresar él y hacer su aseo privadamente.

Charles no lo entendía, pero lo respetaba.

Al menos públicamente.

Así fue hasta ese día en el que tuvo que quedarse hasta tarde, recogiendo la ropa sucia de los jugadores.

El día anterior había faltado a la universidad y, por ende, a sus horas extra como ayudante del equipo, por lo que la ropa sucia se acumuló y se vio obligado a buscar formas creativas de llevar dos tandas a la lavandería sin morir de asfixia en el intento. Así que decidió hacer dos viajes.

Y justo ahí fue, cuando volvía de la lavandería a por la segunda tanda, que vio por primera vez lo que se convertiría en el mayor de sus deseos oscuros. Carlos se desnudaba de espaldas, sin tener la mínima idea de su presencia y sin ser pudoroso como Charles se había acostumbrado a verlo.

Y, oh, santa virgen.

Carlos era lo más jodidamente perfecto que Charles había visto en mucho, mucho tiempo.

Ahora se podía sentir identificado con aquellas chicas que no lo dejaban en paz ni en la parada de autobús. Porque el chico era... Era sublime. Por la mierda, se había quedado sin palabras. Su piel tamizada de un marrón dorado perfecto se veía tersa y apetecible. Cada vez que se movía, incluso en lo más mínimo e insignificante, los músculos de esa enorme espalda se contraían y se dejaban ver, exquisitos. El castaño estaba empezando a delirar, podía sentir su lengua arrastrándose por cada pliegue, cada recoveco de esa maravillosa piel. Ese cuerpo esculpido en mármol estaba causándole un creciente y doloroso...

— ¡AY POR LA VIRGEN SANTA!

Charles saltó en su lugar, asustándose y avanzando unos pasos al frente, resbaló gracias al agua encharcada en todo el vestuario. Cerró los ojos un segundo, intentando recomponerse, y cuando los abrió, creyó haber sido bendecido , pues el enorme(realmente enorme) miembro de Carlos era lo que estaba frente a su cara en el momento en que los enfocó.

"Dios, esa cosa mide por lo menos veinticuatro".

Sin embargo, tan pronto como el chico terminó de ayudarle, se cubrió con lo primero que encontró, que viene siendo la ropa que se había quitado. Sus mejillas y las de Carlos coincidieron para ponerse rojas como tomates tan pronto se miraron a los ojos. La diferencia era que el castaño pensaba en otra cosa totalmente diferente en cuanto al pelinegro.

— Siento haberte asustado. —Susurró el chico, apartando la mirada lo más rápido posible.— Pero en mi defensa diré que tú me asustaste primero.

El pelinegro soltó una pequeña risa que hace estragos en el estómago del ojiverde de maneras extrañas. El chico era una preciosidad, y tenía un buen plus allí abajo. Charles empezaba a mirarlo con otros ojos.

Estaba sin palabras, no sabía qué decir. Lo único que quería era arrodillarse frente al castaño semi desnudo y rogarle que le dejara exprimir hasta la última gota de un orgasmo que el castaño estaría complacido de causarle con lo que fuera.

— ¿Estás bien? —Preguntó Max, mirándolo con ojos preocupados. No traía sus lentes y sus preciosos y grandes ojos color negro azabache le estaban haciendo sentir estúpido. Había conquistado extranjeros desde Australia hasta Brasil, pero no podía articular palabra frente al nuevo cerebrito de la universidad.

Cuando estamos nerviosos decimos todo tipo de tonterías. Lo primero que se nos viene a la cabeza en la mayoría de casos suelen ser cosas terriblemente estúpidas que nos dejan en situaciones de vergüenza extrema. Es lo normal para todos, y a todos nos ha pasado alguna que otra vez, con mayor o menor frecuencia.

Pero nuestro Charlie superó todas las expectativas.

— ¿Me dejas chupártela?

FALOFILIA [ᴄʜᴀʀʟᴏꜱ] © ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora