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No fue solamente el repentino movimiento que la mano de Daniel empleó para desabrochar mi pantalón y bajarlo mínimamente lo que me dio un tremendo estremecimiento de placer, sino el extraño y el intenso tono que logré descubrir en su voz. Fue casi como una amenaza, una amenaza que estaba dispuesto a cumplir, y que yo estoy dispuesto a soportar.

Tensé mis músculos y apreté la mandíbula cuando sus largos dedos iniciaron suaves caricias en mi erección por sobre la tela del bóxer. No me ayudaba el hecho de seguir sintiendo su respiración detrás mío; su pecho estaba pegado a mi espalda, sus brazos estaban rodeándome simulando una jaula, simplemente para no dejarme ir.

Pasé mis manos por sus ante brazos, que me abrazaban a mis costados, hasta llegar a sus muñecas, no sé si él comprendió el acto o si yo intenté de verdad comunicarle algo, pero su mano tomó con firmeza mi miembro aún con el bóxer puesto. Aferré mis manos a sus muñecas y cerré los ojos, agradecí infinitamente que no estuviera mirándolo frente a frente, porque esto comenzaba a reflejarse en mí más de lo que yo esperaba. 

— No me sujetes, no podré hacerlo bien si me sostienes así. — dijo quitando mis manos de sus muñecas, y logró meter su mano dentro de mi bóxer.

Dejé ir un jadeo cuando la calidez de su mano me cubrió placenteramente. Ahogué con toda la fuerza de voluntad que aún me quedaba un fuerte gemido, no estoy listo para ser perra, esperaré un poco más.

Mi mente no dejó pasar desapercibido el tono tan autoritario que empleó en su orden ni tampoco el efecto que ocasionó en mi cuerpo. Es como si todo de mí estuviera de acuerdo en obedecerle, y el hecho me resultaba increíblemente poderoso, porque su orden me gusta, su tono me pone alerta. Todo de él tiene una autoridad sobre todo de mí que me hace dudar demasiado, pero me hace sentir muy bien.

— ¿Quieres que hablemos del curioso cuestionario que le hiciste a Aldo mientras te masturbo?

Fruncí mi rostro, intenté ordenar mis ideas y pensé en su pregunta... Oh, maldito traidor. Yo solo le pregunté a Aldo unas cuantas cosas acerca del sexo sin compromiso o cómo desaparecer de la vida de un amante para no verle la cara nunca en la vida de nuevo, claro, sin que este se entere. No sé cómo supo que hablaba encubiertamente de Daniel; tampoco sé cómo confié en él, estúpido Aldo.

— N-no, no digas su nombre... mientras hacemos esto... maldito sucio.

Aldo sabrá lo que es tener un bonito morete en su cara después de esto. ¡¿Cómo fue capaz de contarle a Daniel?! Qué amigo. No le contaré nada jamás, que se meta sus pinkys por el culo.

— ¿Por qué no dejaste que yo solucionara tus dudas? — preguntó.

Podía sentir su maldita y condenada sonrisa sobre mi hombro; disfrutaba de las reacciones, disfrutaba de su control, disfrutaba de tenerme así, simplemente lo hace y es que es Daniel. Él debe tener el control sino, todo está mal. Y bueno, yo solo soy Osvaldo, solo soy yo, y me tiene bajo su control. 

— Porque... eres un tonto.

Rió ronco y a propósito pasó su dedo índice por la cabeza de mi miembro llevándose la humedad que ahí se había estado formando por sus caricias, y con ello un jadeo un poco desafinado de mi garganta. Cuando resbaló su mano por mi longitud tuve que tapar mi boca con mi manos para retenerme, incliné mi cuerpo hacia el frente alejándome de la espalda de Daniel, e ignoré sus burlas.

— No te cubras. Así no es divertido —ignoré su oración y suspiré contra mi mano. Esto de que me esté masturbando y riéndose de mí al mismo tiempo es tan patético, pero tan de él. Qué humillación—. ¿No te descubrirás?

Antes de que pudiera replicar, o tan siquiera apartar por mi propia cuenta la mano de mi boca, Daniel se adelantó y me volvió hacia él. No me alcanzó el tiempo para mirarlo a los ojos cuando ya estaba boca arriba sobre la cama.

sexomnia ➸ plexrianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora