La cena fue un éxito rotundo. Ambos se sintieron cómodos y felices, compartiendo risas y anécdotas. Al final de la noche, mientras caminaban hacia sus autos, Jiang Cheng se atrevió a preguntar:
—Xichen, ¿te gustaría repetir esto algún día?
Lan Xichen sonrió, una sonrisa sincera y cálida.
—Me encantaría, Jiang Cheng.
Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses.
Sus encuentros se volvieron más frecuentes, y pronto se dieron cuenta de que estaban construyendo algo significativo. Sin embargo, no todo fue fácil.
Jiang Cheng, con su temperamento impetuoso, a menudo encontraba difícil manejar sus emociones, especialmente cuando se trataba de su familia. Los problemas familiares siempre habían sido un tema delicado para él.
Un viernes por la noche, después de una semana particularmente estresante, Jiang Cheng llegó al apartamento de Lan Xichen visiblemente alterado. Xichen, siempre observador, lo notó de inmediato.
—a-Cheng, ¿qué pasa? —preguntó con suavidad, invitándolo a sentarse en el sofá.
Jiang Cheng suspiró y se pasó una mano por el cabello, claramente frustrado.
—Es mi hermano....El siempre se mete en problemas, y siento que siempre tengo que estar ahí para arreglarlo todo. Es agotador, Xichen.
Lan Xichen lo escuchó atentamente, sin interrumpir.
Sabía que a veces lo único que necesitaba Jiang Cheng era alguien que lo escuchara y entendiera.
—Entiendo que debe ser difícil —dijo finalmente—. Pero recuerda, no tienes que hacerlo solo. Estoy aquí para ayudarte en lo que necesites.
Jiang Cheng lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y algo más profundo.
Sin decir una palabra, se acercó a Xichen y lo abrazó.
Era un gesto simple, pero cargado de significado. Lan Xichen le devolvió el abrazo, sabiendo que, a pesar de las dificultades, estaban construyendo algo hermoso.