A medida que pasaba el tiempo, la relación entre Lan Xichen y Jiang Cheng se fortalecía, pero también enfrentaban nuevos desafíos.
La combinación de las responsabilidades laborales y las diferencias de personalidad a veces generaba tensiones.
Una noche, después de una larga jornada laboral, Lan Xichen llegó al gimnasio de Jiang Cheng para sorprenderlo.
Sin embargo, encontró a Jiang Cheng en una acalorada discusión con uno de sus hermanos.
—¡Ya te lo he dicho, no puedes simplemente cambiar el horario sin consultarme wei ying! —gritó Jiang Cheng, claramente molesto.
El hermano de jiang chenf, visiblemente nervioso, se disculpó y se fue rápidamente ya que no quiere saber nada.
Lan Xichen se acercó con cautela, tratando de calmar a Jiang Cheng.
—Cheng, ¿qué ha pasado?
Jiang Cheng se giró, aún visiblemente alterado.
—Nada, solo problemas con el. A veces siento que no puedo confiar en nadie para hacer las cosas bien.
Lan Xichen intentó ofrecer consuelo, pero sus palabras parecieron enfurecer aún más a Jiang Cheng.
—No entiendo por qué te pones así. Todos cometemos errores, deberías ser más comprensivo —dijo Xichen.
Jiang Cheng, sintiéndose incomprendido, levantó la voz.
—¡No es tan simple, Xichen! No entiendes la presión que tengo aquí.
Lan Xichen, sorprendido por la intensidad de la reacción de Jiang Cheng, se quedó en silencio. Sentía que cualquier cosa que dijera solo empeoraría la situación.
Finalmente, Jiang Cheng, dándose cuenta de su comportamiento, suspiró profundamente.
—Lo siento. No quería gritarte. Es solo que... a veces es demasiado.
Lan Xichen asintió, acercándose para tomar su mano.
—Lo entiendo, Cheng. Todos tenemos días difíciles. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, pase lo que pase.
Jiang Cheng apretó la mano de Xichen, sintiéndose un poco más calmado. Sabía que, a pesar de las dificultades, no quería perder lo que tenía con Lan Xichen.