Lan Xichen se había levantado temprano aquella mañana, como era su costumbre. Disfrutaba de la tranquilidad del amanecer, cuando la ciudad todavía no había despertado por completo. El café del pequeño local en la esquina de su calle ya estaba abierto, y decidió pasar a tomar un capuchino antes de dirigirse a su trabajo en la prestigiosa firma de abogados donde era socio.
Mientras esperaba en la fila, su mirada se cruzó con la de un hombre de aspecto severo, pero indudablemente atractivo, que parecía estar luchando con una máquina de café en una mesa cercana. El hombre estaba murmurando algo que parecía una combinación de maldiciones y súplicas a la máquina obstinada.
Intrigado, Lan Xichen se acercó.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó con una sonrisa amable.
El hombre levantó la vista, evidentemente frustrado, pero algo en la calma de Xichen pareció suavizar su expresión.
—La maldita máquina no funciona —respondió el hombre con un suspiro exasperado—. Solo quiero un café decente antes de comenzar el día.
Xichen asintió, entendiendo completamente. Con movimientos precisos, ajustó algunos botones y en pocos segundos la máquina comenzó a funcionar correctamente.
—Aquí tienes —dijo, sirviendo un vaso de café—. No es tan complicado una vez que le coges el truco.
El hombre lo miró con una mezcla de agradecimiento y sorpresa.
—Gracias. Soy Jiang Cheng, por cierto —dijo extendiendo la mano.
—Lan Xichen. Un placer conocerte, Jiang Cheng —respondió Xichen, estrechando su mano.
Esa mañana, en medio del bullicio cotidiano de la ciudad, surgió una conexión inesperada.
Los días pasaron, y Lan Xichen y Jiang Cheng comenzaron a encontrarse regularmente en el mismo café.
Lo que comenzó como una serie de conversaciones casuales pronto se convirtió en algo más profundo. Descubrieron intereses comunes y compartieron historias sobre sus vidas y carreras.
Jiang Cheng, propietario de una exitosa cadena de gimnasios, y Lan Xichen, un renombrado abogado, tenían más en común de lo que inicialmente pensaron.
Una tarde, mientras caminaban juntos después de una larga charla en el café, Jiang Cheng miró a Lan Xichen con una seriedad que lo caracterizaba.
—¿Te gustaría ir a cenar conmigo esta noche? —preguntó.
Lan Xichen, sorprendido pero también emocionado, asintió.
—Me encantaría.
Esa noche, en un restaurante elegante con vistas a la ciudad iluminada, comenzó una nueva etapa en sus vidas.
Ambos sabían que lo que estaba floreciendo entre ellos era especial.
La química entre ellos era innegable y, aunque Jiang Cheng solía ser reservado y Lan Xichen extremadamente ocupado, hicieron tiempo para estar juntos.
