Ojos azules

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Después de eso, Maikel y yo nos metimos en una casa abandonada a sentarnos en una mesa de madera. Creo que parece evidente que morir en este pueblo era algo ya inevitable; cada vez este lugar parece un planeta diferente. Estoy seguro de que Maikel está igual de desesperanzado que yo...

—Tengo una idea —dijo Maikel, levantándose de la silla.

—¿De qué carajos está hablando este idiota? La única solución a esto es morir.

—Deben haber más personas vivas, refugiándose en algún lugar —dijo, mirándome a los ojos y con energía.

—¿De qué hablas? Incluso si las hubiera, también morirían tarde o temprano. Aquí la única solución es morir —dije, reclamando. En sus ojos vi cierta expresión de confusión. En serio, ¿qué carajos le pasaba?

—¿Morir? ¿Acaso no viste cómo murieron esas personas? ¿Así quieres morir? —dijo.

—No pienso morir así, me suicidaré.

Ahora Maikel pareció haberse quedado congelado, blanco y tenso, casi aterrorizado por completo. ¿Ahora qué será lo que le pasaba por la cabeza? Nada más tendría que buscar un cuchillo o algo para matarme de una sola vez, pero parecía que la destrucción y distorsión de mi maldición había sido tanta que había maldito cada rincón del pueblo. Me daba temor incluso pisar las tablas del piso de madera. Caminé y no se escuchaba más que los pasos y el viento golpeando en la lata del techo; ruido tras ruido, ninguno producido por Maikel, que seguía paralizado. Al fin encontré unas tijeras; eran de esas que se utilizaban para cortar arbustos y no estaban rumbradas, por lo que funcionarían.

En eso sentí un fuerte golpe en mi cabeza, lo que me empujó hacia adelante, soltando las tijeras. Maikel, en el piso, retorciéndose, las recogió. Nunca había visto tal desesperación en alguien; sus ojos azules estaban completamente abiertos y su cuerpo, como un tornillo, se retorcía. Este se levantó rápidamente, cortándome profundamente en el antebrazo. Yo grité, pero el grito que vino después del mío no se comparaba con nada. Él se arrancó la cabeza y, aun después de eso, seguía gritando; gritó tan fuerte que mis oídos dolían increíblemente. No moría; por más tiempo que pasaba, él no moría y cada vez más sangre salía de su cabeza. La casa parecía una piscina de sangre. Salí corriendo de ahí, con los zapatos pegajosos por la sangre. La cabeza también salió de la casa y dejó de gritar. En cuanto vi, la cabeza ya no tenía boca. Salí huyendo de ahí; cada vez que me acercaba más al centro del pueblo, el ambiente se sentía más tenso. Me alejé; no sé cuánto pasó, pero en un rato la herida me hizo caer desmayado...

En la oscuridad de mi sueño, podía escuchar a alguien.

—¿Está muerto? —dijo una voz femenina.

Yo no podía hablar... aunque la verdad, la palabra muerte ya no existía en este pueblo. Todos los que murieron, las familias en las cruces, los mineros en las rosas y los cadáveres en el muro, tanto como Maikel a la hora de morir, no parecían morir, sino estar en un bucle de sufrimiento infinito, atrapados sin poder descansar.

—No está muerto... —en este pueblo nadie muere en paz, y si lo hacen es porque aún no han muerto del todo.

En eso desperté boca arriba con siete personas a mi alrededor. De repente, vi que ojos sueltos caían del cielo. Creo que si le dices a un extraterrestre que en la Tierra cae agua del cielo, se sorprendería. Definitivamente, este lugar no es el planeta que conocía. Aún no podía moverme y solo podía ver la lluvia de ojos color azul.

Maldito PuebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora