Cebos

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Después de todo, si había un grupo de sobrevivientes, solo que igual de perdidos que yo, no serviría de nada aunque tuvieran la esperanza de sobrevivir o al menos tratar. Mi herida no parecía sanar y no tenía cómo curarla, ni tampoco ellos.

Eran siete en total; había uno en especial que destacaba. Por lo que escuché, se llama Gael. Fue quien me llevó hasta la casa en donde estábamos refugiados, específicamente en lo que llaman la frontera.

–Créanme que sé tan poco como ustedes, suponiendo que saben lo de las grandes murallas –les dije mientras me miraban.

–¿De qué carajos estabas corriendo y qué mierda te hizo esa herida? –me preguntó Gael.

–Fui a la muralla con un amigo; decidió suicidarse, pero en cambio inundó la casa en donde estábamos de sangre.

–Aquí no podemos morir... –mencionó Abi.

–¿Qué? –les pregunté. ¿Cómo carajos no podríamos morir? Literal, eso es lo que todo el pueblo hizo.

–Cuando la maldición nos atrapa, sucede eso: nos atrapa, no podemos descansar en paz, parece encapsularnos, haciéndonos literalmente parte de este pueblo.

–¿Como las flores? –dije.

–¿Qué flores? –preguntó Abi.

–Las de la cueva.

–¡¿Saliste del umbral?! –dijo Gael.

–¿Qué umbral?

Un chico con un collar que aparentemente tenía su nombre, "Joel", sacó un mapa del pueblo y lo colocó frente a mí.

–A las distintas capas de cercanía a la cueva les nombramos de distintas maneras; la muralla es la más lejana y la cueva es el umbral. Antes del umbral hay una capa que es en donde estamos y se llama la frontera –dijo Joel.

–¿Ustedes no han entrado al umbral? –pregunté.

–De hecho, éramos diez; tres entraron a la cueva y no lograron volver. ¿Podemos saber qué hay adentro del umbral? –dijo Abi, acercándose a mí con una cara de preocupación y agarrándose las manos.

–Carajo, y dice que está igual de perdido que nosotros –gritó Gael.

–Es que es complicado de explicar –dije, tratando de organizar las palabras.

–Todo aquí es complicado. Solo queremos saber si entrar ahí nos ayudará de algo... –dijo Joel, apoyando su mano en mi hombro.

–Bueno, al final de la cueva hay una puerta, pero por más tiempo que caminemos ahí, alcanzar esa puerta es imposible. Es como si cada paso que diéramos la alejara más y la tierra en cualquier momento te puede consumir.

Pero en cierto modo, al llegar a la puerta se siente diferente.

–Es una salida –dijo Abi.

–No, no lo sé, pero entrar ahí es una trampa –dije.

–Tiene razón. ¿No les parece raro que la maldición sea más poderosa al querer enterrarnos hacia el centro que en el mismo centro? Tal vez el pueblo nos quiera comer y nos atrae a ese lugar.

–Mierda, la verdad estoy harto. Salida o no, ahí hay algo y deberíamos ir –dijo Gael.

–¡¿Qué?! –dijeron todos.

–Puedes ser fuerte, pero no estás pensando con claridad –dijo Joel.

–Deberíamos ir... –dije.

–Lo oíste, él fue quien entró, no tú, así que deberíamos entrar y esta vez todos –reclamó Gael.

Gael tiene un punto; la verdad, buscar otra salida no parece algo lógico, ni siquiera intentar sobrevivir de una presa de la cual no sabemos nada. Esa bruja, todo es culpa de esa bruja. Hay que entrar. Sí esa es la unica manera que nos queda de escapar de este maldito pueblo lo haremos.

Maldito PuebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora