Maegelle Bolton, desde muy pequeña fue víctima de los abusos de su padre. Su madre murió cuando ella tenía tan solo 3 años, dejandola a ella y a sus dos hermanos mayores completamente solos. Pero su tía Rhaenyra Targaryen decidiría tomar cartas en e...
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El rugido de un dragón rompió la quietud de la noche, sacándome de mis pensamientos. Corrí hacia la fuente del sonido, sintiendo una mezcla de temor y esperanza. En el claro, vi a Aemond junto a Vhagar, y mi corazón dio un vuelco. Había reclamado un dragón, y no cualquiera. Había reclamado al dragón más grande de todos. Vhagar.
—¡Aemond! —grité, corriendo hacia él.
Se volvió, su rostro iluminado por una sonrisa de triunfo.
—¡Maegelle! —dijo, corriendo hacia mí—. Lo hice. Reclamé a Vhagar.
Nos abrazamos con fuerza, sintiendo la emoción y el alivio mezclarse.
—Ahora nadie podrá oponerse a nuestro matrimonio —dijo con determinación—. Tengo a Vhagar. Demostraré que soy digno de ti.
Lo besé. Tan torpemente y corto como siempre, pero ya se nos había hecho una costumbre.
—Te amo, Aemond —dije suavemente.
—Y yo a ti, Maegelle —respondió, con una sonrisa radiante—. Siempre estaremos juntos. Lo prometo.
Mientras nos dirigíamos de vuelta al castillo, tomados de la mano, sabía que habíamos superado un gran obstáculo. Sin embargo, otro se presentó.
Cuando íbamos de camino en el túnel para entrar al castillo mis primos nos detuvieron.
—Jace, ¿qué haces?
—Es él.
—Sí, soy yo.
Algo había cambiado en su voz, era más dura.
—Vhagar es el dragón de mi madre.
—Tu madre murió. Vhagar tiene un nuevo jinete ahora.
—Aemond —susurré, y el pareció darse cuenta de lo insensible que había sido su comentario.
—Yo tenía que reclamarla.
—Entonces debiste hacerlo. Tus primos te encontrarán un cerdo para volar. Te quedaría bien.
Lo miré impactada, este no era mi Aemond. Solté su mano y él lo notó. Su rostro se frunció ante mi reacción.
—¡Era mi derecho!
—Los dragones no se heredan, se ganan —lo defendí.
Entonces una de mis primas se acercó, arrojándome a un lado para llegar a Aemond. Caí al suelo.
—No la toques —me defendió Aemond arrojándola.
Mi otra prima lo golpeó en la cara y yo se lo devolví a ella. Cuando entré a la pelea todos se quedaron inmóviles. Yo tenía la ventaja y lo sabían, me tenían miedo, como todos, menos mis hermanos y Aemond.
