Luz en la oscuridad

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Por la madrugada en las estrechas calles de Viena, un joven esperaba escondido detrás de las luces de las farolas, allí donde no podía ser visto.

Su visita se iba acercando y no fue vista hasta que estuvo muy cerca de él por la oscuridad del lugar. Ambos con capa larga, se refugiaban tanto del poco viento que empezaba a hacer por las noches como de la gente que podía verlos a aquellas horas.

Justo al llegar, se tocaron silenciosamente las manos, intercambiando un pequeño suero venenoso. Cuando el dinero cambió de dueño, había que dejar unas cosas claras antes de marcharse.

-Este va a ser el último suministro que voy a darte- con un tono secó Dristan quiso dejar claro sus intenciones.

-Ohh, que amenaza.

Los ojos de Killian seguían resaltando a pesar de no haber ninguna luz directa que iluminara su rostro, y su mirada seguía siendo de lo más dominante.

-¿No estás dispuesto a darme más?

-No.

A pesar de la decisión de Dristan era demasiado miedo el que sentía para tener todas sus preocupaciones bajo control. El joven había decidido crear una última dosis de veneno y negarse a dar más.

-¿Por qué?

-No quiero participar más en esto, ha muerto... he matado a mucha gente y me niego a seguir haciéndolo más.

-Vaya... ¿cómo va tu viejo?

Después de todos estos meses ofreciendo un suero mortal a esta pandilla, había ganado suficiente dinero como para rebajar la mayoría de las deudas que Odilo tenía pendiente, igualmente no daba por hecho que Killian no tuviera la excusa de matar a un familiar suyo. Confianza en su jefe no tenía, más desprecio que otra cosa.

-Hemos conseguido pagar todas las deudas- su voz se tornó temblorosa al atreverse a decir su petición.- No te vas a atrever a matar a nadie de mi familia, en caso de que quieras vengarte estoy dispuesto a sacrificarme. Ven a por mi si quieres, Killian, pero no lo pagues con mis seres queridos.

-¿Así que ahora que has matado a tanta gente quieres sentirte un héroe?

El corazón del joven se encogió. Esa frase tocó su punto débil: la culpabilidad ante todo lo que había hecho. A pesar de que sólo quería ayudar a su familia, Dristan no pudo seguir soportando el dolor que sentía al saber lo que estaba haciendo más allá de ganar dinero.

Pero que el asesino le recordara que no puede rectificar sus actos aunque sea sacrificándose le hizo perderse aún más en un arrepentimiento profundo del cual nunca había podido salir.

-Tranquilo, ¿ves esto?- Dijo alzando el veneno- Es la última dosis que voy a usar.

Extrañado, Dristan calmó sus ansias. Siempre había pensado en ser él el que matara directamente a Killian en una oportunidad como esta, cuando trapicheaba con dosis a la madrugada. Igualmente no tenía el valor suficiente y peligraba más su vida sabiendo la inteligencia y manejo que su rival podía adoptar en tales situaciones inesperadas. Sin embargo, esa idea la descartó ante la información que acababa de darle.

No quiso comentar nada ante la buena noticia recibida. Únicamente le importaba dejar claro una cosa más.

-Por cierto, ni se te ocurra tocarla. Cómo vea que le haces daño sí que seré yo quién pida vernos las caras. No sé el motivo por el cual hablaste con ella pero no permitiré que te entrometas más en su vida.

-Que bonito- masculló irónicamente.- Encima te ha contado sobre mí, un halago. Tranquilo, me gustan los bailes de máscaras, quería divertirme esa noche.

Dristan le agarró de la camisa con furia hasta quedar cara a cara.

-Cómo mientas...- dijo entre dientes.

-Uy, deberías de ser tú quién se entrometa en la temporada de esa muchacha, ¿se llama Emily verdad? O tal vez le destrozarías la vida como algún día salga a la luz todo lo que has hecho...

Al soltar violentamente a su jefe, Dristan intentó calmarse. Una oleada de ira recorrió todo su cuerpo al escuchar su nombre pronunciado por Killian. Estaba jugando con él, sólo quería sacarle de sus casillas.

Lo mejor era marcharse lo antes posible evitando una pelea por orgullo e intereses personales que no llevaba a ningún lado. Cada uno tiene lo que quería, asunto resuelto para ambos.

Probablemente era la última vez que coincidían, pero ninguno echó de menos la despedida que no hubo.

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