Prisas

23 5 12
                                    

La dirección que Edward me había indicado me llevaba a una de las calles del centro de la ciudad.

Iba en el carruaje con Odilio, me había dicho que sobre las diez de la noche venía a recogerme; habíamos decidido que nadie me llevaría a casa a no ser que sea él.

Salí del carruaje mientras recogía el vestido al salir, miré hacia la puerta que tenía enfrente y sí, efectivamente el número 16 indicaba que era la casa de los Donahue.

Subí los cuatro escalones que componían la entrada y pegué suavemente con la aldaba a la puerta. 

No pasaron más de diez segundos cuando ésta se abrió. Edward estaba tras ella, sonriente, e hizo un gesto para que pasara.

-Adelante por favor.

No dije nada, entré y miré a todas partes. El recibidor no era muy grande, como era típico en esas casas, a la izquierda estaban las escaleras para subir a los demás pisos; recto, un largo pasillo para más habitaciones y al lado derecho el comedor.

Me pareció bastante acogedora, las paredes estaban tapizadas con madera de tonos robles y en muchas de las estanterías coloridos jarrones descansaban decorando la estancia.

Me guio hasta el comedor donde dos señoras mayores estaban arreglándose entre ellas los collares. 

Al percatarse de que estábamos en la puerta, sonrieron y se dirigieron hacia mí.

-Hola querida, es un gusto que esté aquí hoy con nosotros- dijo la más joven de las dos.

-Emily, esta es mi madre Miriam ; y esta es mi abuela Rogilia- las presentó.

-Encantada- respondí.

-La cena ya está lista así que pasemos al comedor- su madre nos invitó a entrar a la sala.

La mesa estaba rodeada por seis sillas y en ella ya estaba la comida servida. Todos nos sentamos y Edward se quedó de pie para servir la comida a cada uno.

El plato principal era una carne rociada con un caldo acompañada de una variedad de boletus. 

Comenzamos por la sopa, con ayuda de un cazo, el único hombre de la mesa iba sirviendo dos cucharones a cada una. Sin sirvientes, el ambiente se distinguía claramente muy familiar.

-¿Quieres más?- Me preguntó

-No, así está bien, gracias- le indiqué.

-Muchacha, ponte más, tienes muy poco- dijo la abuela ignorando mi comentario.- Anda Edward ponle más.

-No quiere más abuela- ante eso ella gruñó y siguió comiendo la sopa sin cuidado.

-¿Están siendo agradables sus días en Viena?- Me preguntó la madre.- Edward me ha contado que no es la primera vez que se aloja aquí.

-Así es, siempre ha sido un país muy acogedor y estoy muy a gusto cada vez que vengo.

-¿Es tu primera temporada social?- Cambió de tema la abuela. 

Me quedé pensando un momento. No creía que eso fuera una pregunta apropiada para cualquier joven. Podía llegar a ser... humilladora.

-Lo es- respondí sin darle importancia, a lo que ella sonrió por mi respuesta.

-Y dime, ¿esas pequeñas manchas que tienes en el rostro no son muy... ?

-¡Mamá! Ya vale por favor- le llamó la atención. Al estar al lado mío me agarró de la mano para pedirme disculpas por su comportamiento.

Su abuela actuó de manera soez durante la comida, puede que por ella misma fuera de comportamiento terco, aunque yo le echaba la culpa a la edad.

La cena transcurrió normal, con algún y otro comentario egoísta por parte de la señora, que, honestamente, no se me hizo nada grato. 

Concederte un baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora